jueves, 26 de febrero de 2009

Termópilas, 11 de agosto de 480 aC. Una batalla mítica.










En el año 481 aC una enorme fuerza persa comandado por el emperador Jerjes dirigía sus pasos hacia la Grecia continental con la intención de someterla. Cuando las primeras informaciones sobre los desproporcionados planes militares persas alcanzaron los oídos griegos hubo reacciones de todo tipo.


Las polis que decidieron enfrentarse al invasor se unieron en la denominada Liga Helénica. En su primera reunión, sus miembros acordaron poner fin a todo conflicto entre ellos, lo que causó la reconciliación de Atenas y Egina tras 20 años de enfrentamientos. Los atenienses disponían de una poderosa fuerza naval e intentaron tomar el mando de la flota combinada, pero la Liga no estuvo de acuerdo. Los espartanos fueron elegidos para comandar las fuerzas militares de la Liga por tierra y mar.


La primera acción de la Liga fue el envío de espías a Asia Menor para recabar más información y de mesajeros por el Mediterráneo en demanda de ayuda a los Estados amigos.


El ejército de Jerjes cruzó el Helesponto en el verano de 480 aC, la amenaza se cernía ya sobre el continente, comenzaban los movimientos de los estados filopersas y las acciones de defensa griegas.


La familia en el gobierno de Tesalia, los Alévadas, había abrazado la causa de los medos desde el año 492 aC. Muchos tesalios aborrecían esa política y enviaron emisarios al istmo de Corinto, donde se reunía la Liga, solicitando una expedición que detuviera a los orientales en la frontera con Macedonia. Un ejército de 10000 hoplitas marchó hacia el valle del río Peneo, en Tempe, el principal paso hacia Tesalia desde Macedonia. Al frente de ellos iba el espartano Evéneto. Una vez allí, tras una espera de unos pocos días, el comandante vio que había muchas rutas alternativas para entrar en Tesalia. Jerjes podía evitar con facilidad el paso de Tempe, rodearle y atacarle por la retaguardia. Decidió abandonar la posición, lo que significaba dejar a los tesalios a merced del enemigo.


En ese punto la Liga vivió una escisión: los miembros del Peloponeso, sobre todo Esparta y Corinto, abogaban por retirarse y plantear la defensa en el istmo; los demás, entre los que estaban Atenas y Tebas, no estaban dispuestos a abandonar sus ciudades sin lucha. Tras extensas deliberaciones, los miembros llegaron a una conclusión.


La única ruta de entrada a la Grecia central desde Tesalia para un gran ejército como el de Jerjes era el paso de las Termópilas, un pequeño y estrecho pedazo de tierra entre las montañas y el mar. Las Termópilas era un desfiladero angosto que proporcionaba muchas ventajas para los defensores. Se envió un pequeño ejército para bloquear el paso y se reunió la flota para tomar una posición en el cabo de Atemisión, en el extremo norte de la isla de Eubea, con el objetivo de impedir que los persas desembarcaran detrás de las Termópilas. Leónidas, uno de los reyes de Esparta, asumió el mando de las fuerzas de tierra, mientras que el contingente naval se puso a las órdenes de Euribíades, también espartano.


Se calcula que el ejército de las Termópilas tenía unos 8000 hoplitas. Sólo 1000 eran espartanos, la mayoría de ellos periecos. Los únicos ciudadanos espartanos eran los 300 hombres que componían la guardia personal de Leónidas, escogidos por su valor y determinación, pero también porque dejaban hijos en Esparta. Como era habitual a los 300 les acompañaban sus sirvientes ilotas integrando además una fuerza de tropas ligeras, 2800 soldados más provenían del Peloponeso, sobre todo de Arcadia, al norte de Laconia. El resto de las tropas era de Grecia central: de Mélide, de Focea, Lócride oriental y Beocia.


Herodoto explica que el reducido número de soldados espartanos se debía a que debido a la celebaración de las fiestas sagradas de las Carneas, les impedíab acudir hasta que éstas acabaran. Los demás peloponesios enviaron también escasas tropas y adujeron, en su caso, en la celebración del Festival Olímpico. El ejército agrupado en las Termópilas era, en principio, sólo una avanzadilla de un contingente mayor que se concentraría en cuanto acabaran las obligaciones para con los dioses. Pese a estos argumentos, está en la mente de todos que los Estados peloponesios no querían comprometer sus efectivos militares en la defensa de Grecia central, prefiriendo teber sus fuerzas más cerca de casa.


La operación conjunta por tierra y mar era mucha más grande e involucraba a muchos más griegos. El ejército y la armada helenos dependían uno del otro para el éxito de sus actuaciones y estaban en contacto permanente. La flota griega en el cabo Artemisio contaba, según Herodoto, con 271 trirremes, principalmente de Atenas, Corinto y Egina. Sus dotaciones se componían de 170 remeros y 30 marinos e infantes, lo cual suma 54200 hombres; además de al menos 10 hoplitas y 4 arqueros por barco.


La batalla del cabo de Artemisio


En su parte central, el paso de las Termópilas tenía unos escasos 15 metros de ancho. Esta zona era conocida como la Puerta del Centro. Tiempo atrás los foceos habían levantado allí un muro defensivo, ahora derruido. La primera orden de Leónidas nada más tomar la posición fue reconstruirlo. Los dos extremos ( Puerta Este y Puerta Oeste ) eran más estrechos, pero en ellos también las pendientes eran más suaves y el enemigo podía tomar posiciones elevadas con facilidad. Por eso el rey escogió la Puerta del Centro para la resistencia.


A su llegada Leónidas se enteró de que había una ruta alternativa a través de las montañas, un sendero que evitaba el paso, separándose de la ruta principal en una puerta y volviendo a ella por la otra. Era conocida como la senda Anopea. Los persas podrían flanquearle por allí y atacar la retaguardia. Para bloquear el camino, anvió a los hoplitas foceos, convencido de que lucharían con ardor para proteger sus hogares.



A finales de agosto, Jerjes cruzó el río Esperqueo y acampó cerca de Traquis, al oeste de las Termópilas. Durante varios días los exploradores reconocieron el terreno.


Mientras el ejército persa alcanzaba las Termópilas, la flota navegaba de Terme a Áfetas. Cuando estaban anclados frente a la cosata de magnesia se levantó una tormenta terrible que duró varios días, tras los cuales casi un tercio de la flota persa, tanto trirremes como cargueros, se había hundido. No obstante la armada siguió su camino hasta el punto convenido, en Áfetas, en el extremo sur de la península de Magnesia, y atracó allí.


Las noticias de la tormenta pusieron eufóricos a los griegos, pero entonces comenzó a llegar información más exacta sobre la dimensión de la flota atracada en Áfeta y la alegría se les atragantó. Pronto estalló el debate entre los griegos: ¿ debían abandonar la posición en Artemisio ? Según Herodoto, sólo a través de sobornos los comandantes griegos decidieron quedarse ya que los eubeos, que tenían al enemigo a las puertas, ofrecieron una buena cantidad de talentos al comandante ateniense Temistocles, que repartió entre el espartano Euríbiades y Adamanto, el corintio, para acabar de convencerles.


Los persas estaban muy bien informados sobre sus oponentes al llegar a Áfetas se habían topado con tres barcos exploradores griegos y habían capturado a dos de ellos. Sabían que los helenos tenían 271 trirremes y 50 buques de otras clases. Más tarde se añadieron 53 trirremes de las fuerzas de reserva atenienses para la protección del Ática, aunque la ventaja numérica de la flota persa seguía siendo avasalladora. Es por eso que resulta extraño que, con su flota agrupada y preparada para el combate, y con la conciencia clara de su superioridad, la armada persa se quedara en su puerto y no atacara a los griegos al menos durante dos días.



El enfrentamiento tuvo lugar en aguas abiertas, pues cuando los persas vieron a los buques griegos acercándose prestos al combate, pensaron que se habían vuelto locos y salieron raudos a su encuentro.


Los rodearon para abordarlos y capturar un fácil botín, para ello transportaban más guerreros que los griegos, incluyendo persas, medos y sacas. Las naves griegas permanecieron muy cercana en formación circular, para evitar ser atacadas una por una y arrolladas, pero poco a poco se acercaron tanto que tuvieron que arriesgarse a una escapada en masa a través de las líneas enemigas.


Después de una breve embestida, en la que los griegos destacaron porque sus naves, cuyas tripulaciones eran menos numerosas, eran más ligeras y rápidas, 30 naves persas fueron capturadas y un barco de la flota persa, perteneciente a la isla griega de Lemnos, se pasó a los helenos.


El comandante Euribíades tocó retirada y envió un mensaje a Leónidas diciendo que aguantaría su posición un día mas. Aquella noche, tras la victoria helena en el primer choque, una nueva tormenta atrapó el escuadrón de 200 barcos en un lugar llamado las Ensenadas y lo destruyó por completo. Con ello se reducía de manera drástica la ventaja numérica de los persas. Al día siguiente los griegos lanzaron un nuevo ataque sobre los persas, hundiendo a muchos navíos enemigos. Una vez más, Euribíades avisó a Leónidas de que podrían aguantar otro día.



LAS PUERTAS CALIENTES


La defensa griega del paso de las Termópilas duró tres días. Antes de entablar combate los persas estaban convencidos de que arrasarían a los helenos por simple peso numérico. Pero, a la hora de la verdad, se puso de manifiesto que la increíble angostura de la parte central del desfiladero les reducía a una vanguardia del mismo tamaño que la del enemigo. Su superioridad sólo servía para abastecer la primera línea de manera más efectiva, pero no para desplegar ningún tipo de táctica.


Al principio Jerjes envió dos unidades ( alrededor de 20 000 hombres ), con la orden de capturar a los griegos y trarelos ante él. Este contingente tuvo que retirarse con grandes pérdidas. Entonces Jerjes envió a su división de élite, los Inmortales, bajo el mando de Hidarnes. Ni siquiera ellos, sus mejores soldados, doblegaron la resistencia griega. Leónidas y su pequeña fuerza de espartanos soportaron lo peor del ataque, pero los griegos rotaban sus fuerzas para mantener permanentemente fresca la primera línea. En este tipo de combate, el equipo de los hoplitas resultaba muy efectivo. Los enormes escudos circulares ( hoplon ) les convertían en un muro impenetrable y las largas lanzas de acometida, de casi dos metros, empujaban al enemigo hacia atrás antes de que pudiera ni tan siquiera husmear la vanguardia griega. Por otro lado, los espartanos usaban tácticas excelentes para arrastrar al enemigo a una lucha desigual. Fingían una retirada, y cuando el enemigo les perseguía confiado en la victoria, se giraban y se enfrentaban a él cara a cara.



Al atardecer del segundo día de combate, Jerjes estaba desesperado. Dice Herodoto que el monarca se encontraba sin saber qué hacer cuando se presentó ante él un lugareño de Traquis llamado Efialtes, y, esperando una recompensa, le indicó la existencia del sendero que atravesaba las montañas y se ofreció como guía.


Realmente la traición de Efialtes no era necesaria, ya que Jerjes tenía tesalios en su ejército que podían conocer la senda que llevaba a la retaguardia griega, o sus mismos exploradores podrían haberla descubierta. Jerjes la habría ignorado porque no creía necesaria utilizarla pues era un camino traicionero y agreste, inadecuado para desplazar grandes fuerzas militares y difícil de atravesar incluso de día, puesto que había peligro de perderse o caer por un precipicio. Ahora, dominado por la impaciencia, ordenó a Hidarnes conducir a los Inmortales por el camino durante la noche y atacar a Leónidas por la espalda al amanecer. Es posible que el mismo Efialtes sirviera de guía a los Inmortales por esa peligrosa senda.


Hidarnes y los Inmortales salieron a la caída del sol y remontaron la senda Anopea. Cerca del amanecer, cuando clareaba, se encontraron con los 1000 foceos destacados para bloquear el camino. Hidarnes se detuvo, temeroso de que fueran muchos más espartanos, pero Efialtes le informó al respecto.


Los inmortales



Los foceos oyeron acercarse al enemigo, pero no tuvieron mucho tiempo para prepararse. En cuanto vieron volar las primeras flechas, se retiraron a una colina cercana que ofrecía una buena posición defensiva y se prepararon para luchar hasta la muerte. Creían que eran el objetivo principal de esa expedición persa y que se detendría allí hasta doblegarlos. Pero Hidarnes era un comandante experimentado y no cayó en la tentación del éxito probable, pues podía hacer peligrar su verdadero objetivo. Evitó la escaramuza y prosiguió su camino.


Los exploradorss foceos avisaron a Leónidas de que los persas venían por la retaguardia con varias horas de antelación. En ese momento tuvo que tomar una decisión crucial: continuar la defensa del paso o retirarse hacia el sur en busca de otra posición.



Se dice que algunos griegos no esperaron y huyeron de manera inmediata pero Herodoto asegura que fue el rey quien ordenó la retirada. Su decisión fue quedarse, pero sabía que no sería capaz de resisitir mucho tiempo el ataque desde ambos flancos, por lo que dejó irse a quien quisiera hacerlo. No todos los griegos se retiraron. Junto a Leónidas y sus 300 espartanos se quedaron algunos beocios, unos 400 tebanos y 700 hoplitas de Tespis.


La decisión de Leónidas es difícil de entender en términos estratégicos. Sus efectivos eran demasiado escasos como para retardar el avance de los persas de manera significativa, incluso para cubrir la retirada del ejército griego. Herodoto dice haber oído hablar de un oráculo que los sacerdotes de Apolo en Delfos dieron a los espartanos al principio de la campaña.


El oráculo decía que Esparta perdería su ciudad o su rey frente a los persas. Tal vez Leónidas creyó que su muerte salvaría a la ciudad. Por otro lado se había convertido en rey de manera inesperada, tras la muerte de sus dos hermanos mayores.


El cuerpo principal del ejército griego se retiró y un mensajero fue por barco a Artemisio para informar a Euribíades que el paso había caído. Leónidas condujo a los últimos resistentes a la batalla. Los oficiales del ejército persa tuvieron que azuzar a sus hombres, que se mostraban reacios a luchar contra aquellos griegos bizarros. El último combate fue el más fiero y el más sangriento.


Los persas caían por decenas, algunos aplastados por sus propios compañeros, los hoplitas lucharon con sus lanzas hasta que éstas se quebraron. Entonces desenvainaron las espadas cortas. Entre las bajas persas estaban dos hermanastros de Jerjes. Leónidas cayó en esa lucha, y griegos y persas lucharo entonces por apropiarse de su cuerpo. Cuando Hidarnes y los Inmortales salieron del sendero y se aproximaron por la espalda, los espartanos, sus ilotas y los tespios se parapetaron tras el muro foceo y plantearon la resistencia final.




El muro estaba sobre una pequeña colina, cuando quedaban ya sólo unos pocos griegos, los persas se retiraron y los acribillaron con flechas. En la última refriega, algunos tebanos se habían rendido, pero Jerjes estaba fuera de si, y en vez de aceptarlos en sus filas, los hizo esclavos y les marcó con el signo real. El Gran Rey estaba tan enfurecido por la increíble cantidad de bajas que le habían causado ese puñado de griegos, que se ensañó con el cadáver de Leónidas. Lo decapitó y empaló su cuerpo. Según las abultadas cifras de Herodoto, los espartanos y sus aliados habían causado 20 000 bajas a los persas.


Posteriormente los espartanos y sus aliados fueron enterrados en el mismo lugar en el que cayeron, con todos los honores, y se levantó un monumento con inscripciones de epitafios en verso.


Pero en esos momentos, los persas tenían vía libre hacia el Ática. Había llegado el momento de proceder a la evacuación de Atenas.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Cannas 2 de agosto de 216 aC. Desastre para la República.




La segunda guerra púnica ( 218-202 aC ) se denomina en ocasiones, y con mucha razón, "la guerra de Aníbal". El deseo de Aníbal de vengar la derrota de Cartago en la primera guerra púnica ( 264-241 aC ) le inspiró a reunir un ejército en Hispania y conducirlo hasta Italia a través de los Alpes en una de las marchas más famosas de la Historia.


Esta invasión tenía un objetivo político además de militar. Aníbal esperaba que cuando su ejército pisara suelo italiano, los pueblos de Italia se alzarían contra Roma. Era una idea muy plausible, ya que los samnitas de Italia central habían sido conquistado s muy recientemente. Numerosas ciudades griegas del sur, como Nápoles o Tarento, no estaban contentas con el dominio romano, y los galos del norte de la península permanecían sin conquistar y hostiles.


Aunque los galos acudieron en masa a la llamada de Aníbal, el resto de Italia siguió sin estar convencido. Aníbal derrotó a los romanos en Trebbia en el año 218, y de nuevo en el lago Trasimeno en el 217, pero ningún general quería alzarse contra Roma.


Aníbal volvió a intentarlo en el 216, año en que se apoderó de las provisiones romanas en Cannas y posicionó a su ejército al otro lado de las líneas de abastecimiento romanas, desde donde se atrevió a desmontarlas. Aníbal consideró necesario recurrir a esta acción porque Fabio Máximo ( llamado "Cubctator", el que retrasa ) adoptó la táctica de acechar al ejército de Aníbal sin llegar a presentar batalla, pero sin retirarse y permitir a los cartagineses que hurgasen sin obstáculos.

Sin embargo, la política romana había cambiado y Aníbal no lo sabía. Roma decidió destruir al general cartaginés de una vez por todas y formó 16 legiones con auxiliares y caballería de apoyo, en total, 80000 soldados de infantería y 6000 de caballería.


Para aumentar todavía más los problemas de Aníbal, la legión romana era sin nunguna duda la mejor fuerza de lucha de la antigüedad. En aquella época, los legionarios luchaban ataviados con cota de malla y portaban escudos ovalados. Sus principales armas eran una lanza y la espada corta. Los legionarios luchaban en formación cerrada, hombro con hombro, y utilizando los gladius apuñalaban al enemigo por las axilas. La mayoría de sus oponentes luchaban con espadas más largas y necesitaban más espacio para clavarlas con eficacia.

Legionarios romanos del siglo III aC



El ejército de Aníbal era un conglomerado de nacionalidades. Contaba con lusitanos y celtíberos de Hispania, galos de los pasos alpinos, hombre de la península itálica, un núcleo de infantería libia y caballería númida. En todos los años que Aníbal estuvo en Italia, los diferentes componentes de su ejército mostraron una buena disciplina y se mantuvieron completamente bajo su control, lo que demuestra la calidad de Aníbal como líder militar. Únicamente unos soldados con absoluta fe en su comandante podrían haber llevado a cabo el plan del general cartaginés en Cannas.


Posiblemente Aníbal supuso que la formidable infantería romana se lanzaría directamente sobre su línea, y esperaba romperal.


Los informes del historiador Tito Livio sobre los desacuerdos entre cónsules romanos acerca de esta táctica probablemente tienen la intención de exculpar al cónsul patricio Emilio Paulo. El otro cónsul era el plebeyo Terencio Varrón. Normalmente cada cónsul romano lideraba su propio ejército, ya que el consulado constituía el cargo político y militar más alto de Roma. Sin embargo, este ejército romano era tan numeroso que participaron ambos cónsules y se turnaron en el mando.


La batalla


En Cannas, la mañana del 2 de agosto de 216 aC, Emilio Paulo lideró la caballería del flanco derecho romano, enfrentándose a la caballería pesada hispana y gala entre el río Aufidus y el flanco izquierdo de la infantería de Aníbal. En el otro flanco de Aníbal aguardaba la caballería númida al mando del comandante Maharbal.



Aníbal y su hermano Mago dirigieron el centro, donde recaería el golpe principal y donde se necesitaba la máxima precisión. Las tropas más fiables de Aníbal posiblemente las constituían los libios, que llevaban armaduras romanas ganadas en victorias anteriores y suponían una elección obvia para recibir el primer ataque de la infantería romana. Sin embargo, el general cartaginés situó a sus tropas galas e íberas en el centro, mientras que los libios formaron dos bloques sólidos a la derecha y a la izquierda, por detrás de la primera línea.


La batalla comenzó cuando la caballería pesada de Aníbal rompió la caballería romana de Paulo con una carga brutal. No obstante, es de suponer que no cogería por sorpresa a los romanos. La superioridad de Aníbal en cuanto a la caballería era de todos conocida desde una acción ocurrida en el río Ticino, cerca de Pavía, en 218, donde el comandante romano Publio Escipión resultó herido.


Así, mientras Terencio Varrón conducía a su caballería contra los jinetes númidas de Maharbal, Paulo abandonó a sus tropas vencidas y se reunió con el grueso del ejército en su choque con el frente cartaginés. Éste acusó el impacto y empezó a ceder terreno poco a poco. Así lo explica Polibio: " Paulo Emilio galopó hacia el centro de la formación romana, y al tiempo que él mismo combatía y golpeaba con sus manos al adversario, excitaba y estimulaba a los soldados que tenía a su alrededor. Y lo mismo hacía Aníbal".


Para Aníbal era crucial que su centro cediese terreno sin desintegrarse. En las batallas de la antigüedad, la mayoría de las bajas se producían cuando una línea de batalla se rompía: en ese caso, los que tenían más posibilidades de sobrevivir eran los primeros que huían corriendo, de manera que la moral y la disciplina eran esenciales para mantener la línea bajo presión mientras se retrocedía. Los galos y los íberos, a pesar de su fama de indisciplinados, hicieron exactamente lo que Aníbal les ordenó.


Detrás de los romanos, los acontecimientos no presagiaban nada bueno. La caballería pesada cartaginesa volvió a formar después de su persecución de los caballos romanos y recorrió la parte trasera de la línea de batalla para caer sobre la caballería de Varrón. Atacada desde los dos flancos, la caballería romana se desbocó y dejó a miles de jinetes cartagineses sin obstáculos detrás de la infantería romana.


No obstante los comandantes romanos todavía creían que la victoria era posible. El centro cartaginés se estaba doblegando. Las reservas romanas ocuparon el hueco y doblaron sus líneas en forma de "V". En el vértice de esa "V", los galos y los íberos aguardaban casi sin aliento. Sin embargo, a cada lado permanecía la infantería libia, y antes de que los romanos pudiesen reorganizarse, los libios cayeron sobre sus flancos. En aquel momento la caballería púnica ataco la parte posterior de la línea romana.


Fue una clásica maniobra de envolvimiento. Los romanos se vieron rodeados y obstaculizados debido a su propia superioridad numérica. La infantería experimentada debería haber conseguido luchar y salir de la trampa, pero muchos legionarios eran jóvenes recién reclutados que participaban en su primera batalla. A pesar de encontrarse en una situación desesperada, lucharon con obstinación. La matanza ( una carnicería más que una batalla según Tito Livio ), se prolongó durante toda la tarde.


Cuando terminó la batalla, la llanura de Cannas se convirtió en un osario para unos 60000 cadáveres, incluido el de Emilio Paulo. Los consejeros de Aníbal le instaron a marchar inmediatamente sobre Roma, pero el ejército estaba exhausto. Los cartagineses carecían de equipo para sitiar las murallas de Roma, y en cualquier caso, Aníbal esperaba que aquella aplastante derrota terminara por por obligar a Roma a llegar a un acuerdo. Además, Aníbal daba casi por sentado que los aliados italiano de Roma iban a abandonarla. A las objeciones de Aníbal, el exasperado Marhabal repuso que el general tenía un gran talento para ganar batallas pero que no sabía como utilizar la victoria.


Batalla de Zama.


Tenía razón. Roma no pidió la paz ni perdió muchas de sus alianzas, firmes como las calzadas que había construido. Roma se recuperó, y aunque Aníbal permaneció en Italia catorce años más, nuunca logró otra victoria como las de Cannas o Trasimeno. Finalmente fue llamado a África y cayó derrotado en la batalla de Zama en el año 202 aC. Cincuenta años más tarde, la venganza romana vio a Cartago derruida y cubierta de sal para evitar que los cimientos de la ciudad volvieran a alzarse de nuevo.

lunes, 23 de febrero de 2009

Junín. 6 de agosto de 1824


La batalla de Junín, fue el penúltimo enfrentamiento armado que sostuvieron los ejércitos españoles y patriotas, en el largo camino hacia la independencia del Perú, que se inició con el desembarco de la Expedición Libertadora del Perú en la bahía de Paracas de la provincia de Pisco en el departamento de Ica (Perú) y las Conferencias de Miraflores en 1820, proclamada el 28 de julio de 1821. La batalla se desarrolló en la pampa de Junín en el departamento de Junín, el 6 de agosto de 1824; la victoria de los independentistas, aumentó la moral de las tropas patriotas.

No obstante que haberse declarado la independencia del Perú en 1821, los realistas no estaban dispuestos a ceder y tenían ocupada la sierra central y sur. El general Simón Bolívar, Libertador de Venezuela y Colombia continuó la gesta libertadora en el Perú.

Bolívar tenía un ejército con 8.000 hombres, pero las fuerzas realistas sumaban 18.000 hombres entre el valle del Mantaro] y el Alto Perú. Pero fue una sublevación en el Alto Perú (Pedro Antonio Olañeta) que obligó al virrey del Perú a mandar parte de sus fuerzas que estaban en Puno. Bolívar entonces se decidió atacar a las fuerzas realistas más próximas. En junio de 1824, enfila sus huestes hacia el sur del Perú para enfrentarse con el general realista José de Canterac.


Ambos ejércitos se encontraron el 6 de agosto de ese mismo año en la pampa de Junín, al noroeste del valle del Mantaro, cerca de Jauja. Bolívar ordenó a su general Mariano Necochea lanzar su escuadrones al llano. Canterac ordenó contratacar. Los patriotas estaban en peor terreno y la caballería realista atacaba en mejores condiciones. En la tarde a las cuatro se produjo un choque terrible. Los patriotas tenían que empezar a retroceder hasta el primer escuadrón del regimiento de Húsares del Perú, al mando del comandante argentino Manuel Isidoro Suárez y su teniente ayudante mayor del primer escuadrón José Andrés Rázuri lograron que los patriotas se rehicieran y volvieran a la carga. La batalla fue encarnizada. Se utilizó el sable y no se disparó un solo tiro.



En las pampas de Junín, se encontraron ambos ejércitos provocando enfrentamientos entre las caballerías. El día 6 de agosto de 1824, se produjo la batalla con la caballería del general Canterac. La caballería patriota se encontraba al mando del general Guillermo Miller. En el primer choque de ambas caballerías “con sables y espadas”, la del general Miller fue avasallada. Esa impresión, obligó al Libertador del Norte a abandonar el campo y reunirse con su infantería que se encontraba a retaguardia. Reunidos, apuró el paso y esperó nuevamente a la caballería de Canterac.

Parte de la caballería de Miller, los Húsares del Perú, al mando de Isidoro Suárez, quedó emboscada en un recodo del camino, en uno de los flancos de las fuerzas principales de Miller. Allí se mantuvo Suárez, en espera. No salió inmediatamente a auxiliar al resto de la caballería de Miller, al observar que la caballería realista de Canterac, venía a todo galope en persecución de la caballería realista. Isidoro Suárez, dejó pasar a la caballería realista y luego ordenó el ataque; así, la caballería realista, de improviso, se vio atacada por su flanco descuidado y se desconcertó. Al darse cuenta de este hecho, el general Guillermo Miller, ordenó a la caballería que se encontraba en fuga, reagruparse y volver al ataque. Los realistas no pudieron aguantar tan inesperada reacción y empezaron el desbande, perseguidos por los Húsares del Perú, Granaderos de Colombia, Granaderos a Caballo y Húsares de Colombia.

Los soldados realistas, que a la sazón se encontraban con la moral muy baja, obedecían a sus jefes a regañadientes. Muchos se amotinaron y huyeron en Junín, otros, lo harían más tarde en Ayacucho.

Épicamente, la posible derrota, se había convertido en asombrosa victoria. El resultado de esta batalla, en la que no disparó un solo tiro, fue de 248 muertos y heridos y 80 prisioneros para el bando realista y de 143 soldados muertos y heridos entre los patriotas. De ese total de 143, 64 soldados pertenecían al regimiento Húsares del Perú. El general Guillermo Miller le hizo un informe detallado al general Simón Bolívar y Palacios, en donde le reseñaba la victoria y regresó al campo de batalla. En reconocimiento a la brillante acción de la caballería peruana, a partir de entonces, el general Bolívar le cambió el nombre de Húsares del Perú por el de Regimiento Húsares de Junín (en la actualidad este regimiento del Ejército del Perú, es denominado Glorioso Regimiento Húsares de Junín, Libertador del Perú, Escolta del Presidente de la República).


Eran cerca de las 4 de la tarde cuando se produjo el choque de ambas masas de caballería. La fuerza del número y las condiciones del dispositivo dieron todas las ventajas a los realistas, que, desbaratando a los dos escuadrones patriotas de primera línea, hicieron volver grupas a los demás, que abandonaron en desorden el campo de batalla. Los “Granaderos de Colombia” resistieron a pie firme el primer choque, enristrando sus largas lanzas y detuvieron con su ejemplo, durante un instante, el precipitado repliegue de los patriotas. Entre los primeros que se retiraron se contó a Bolívar, “que cruzó como un relámpago la distancia que los separaba de la infantería”, la que se había aproximado, en el interín, hasta cinco kilómetros de campo de batalla.

Los realistas, empeñados en la inmediata explotación del éxito, sólo pensaron entonces en dar alcance a los que fugaban, sin que pudiera contenerse la confusión y mezcla de tropas de ambos bandos en la refriega. Como Canterac no disponía de ninguna unidad reservada que pudiera parar los imprevistos, los perseguidores estaban a merced del primer elemento patriota que se conservara en orden. Y, en efecto, así sucedió, pues el primer escuadrón del “Húsares del Perú”, que se hallaba a ordenes del teniente coronel argentino Isidoro Suárez, había quedado, como hemos visto, en espera de la oportunidad de tomar sitio como último elemento de la columna de escuadrones, para de allí pasar a la línea general cuando hubiera el frente de despliegue necesario.

Los Húsares notaron desde su emplazamiento el desorden de los perseguidores, pasaron como una tromba delante de ellos, presentándoles el flanco izquierdo. Esta favorable oportunidad dio a su jefe la determinación de intervenir, lo que hizo, efectivamente, lanzándose a la carga sobre la retaguardia y el flanco de la caballería realista. El escuadrón de Isidoro Suárez que estaba próximo y en orden, que actuaba por sorpresa y conservando su cohesión, era el refuerzo poderoso que los patriotas necesitaban.

Cuando el regimiento “Húsares del Perú” apareció bruscamente sobre el flanco y la retaguardia de los obstinados perseguidores, éstos se desordenaron al tener que atender a un nuevo adversario que aparecía en orden y en dirección insospechada; pronto se desmoralizaron y volvieron caras “inesperadamente, sin que se pudiera imaginar, cuál era la razón”, dice Canterac en su parte de batalla.

La refriega del “Húsares del Perú” con los victoriosos realistas duró breves minutos, que dieron tiempo a los escuadrones patriotas, ya en retirada, para que se rehicieran y volvieran a la lucha.

Inclinada la victoria del lado de los independientes, por un verdadero azar, éstos se transformaron de perseguidos en perseguidores; y los “Granaderos de Colombia” sablearon y lancearon a los escuadrones de Canterac hasta las líneas de su propia infantería. La acción duró 45 minutos y en ella no se hizo un solo disparo.

Todo el enfrentamiento duró aproximadamente cuarenta y cinco minutos a una altura de 4.100 metros sobre el nivel del mar.

El triunfo en la pampa de Junín haría renacer los ánimos y la esperanza entre el ejército unido.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Gettysburg, 1-3 julio de 1863. Punto de inflexión en la Guerra de Secesión.





Gettysburg probablemente fue la batalla más importante de la guerra civil americana ( 1861-1865). Después de su brillante victoria en Chancerlorsville, en mayo de 1863, el general Robert E. Lee, comandante del ejército confederado de Virginia del Norte, convenció al presidente de los estados de sur, Jefferson Davis de que le permitiese llevar a cabo una invasión en Pennsilvania. Lee pretendía que fuese un ataque de squeo para retrasar una invasión anticipada por parte del ejército de federal del Potomac del general de división Joseph Hooker.



Brindaría a Virginia la oportunidad de recuperarse de los estragos de la guerra y la Confederación podría aprovechar los abundantes recursos de Pensilvania. Asimismo, llevar la guerra al Norte favorecería el movimiento por la paz, y si el Sur era capaz de conseguir una gran victoria militar, sin duda mejorarían las posibilidades de gozar del reconocimiento diplomático en el extranjero. Aunque la Unión gozaba de una ligera ventaja en cuanto a efectivos ( 85000 frente a los 70000 confederados ), las cifras estaban más igualadas de lo que habían estado en el pasado o estarían en el futuro.


El 3 de junio de 1863, el ejército de Lee comenzó a desplazarse hacia el oeste. Hooker tomó una ruta paralela al norte del Rappahannock, manteniendo sus propias fuerzas entre Lee y la capital federal. Lee atravesó Blue Ridge, se trasladó al norte a través del valle del Shenandoah y cruuzó el Potomac para atravesar Maryland hasta llegar a Pennsilvania. Si se aseguraba Harrisonburg, Lee podría cortar las comunicaciones de la Unión con el oeste. Y también estaría en disposición de amenazar a varias ciudades orientales, incluyendo Baltimore y Washington, lo que obligaría a Hooker a atacarle, o así lo creía Lee.


A finales de junio, los tres cuerpos de Lee -al mando de los tenientes generales Richard Ewel, A.P Hill y James Longstreet- se encontraban en Pensilvania, pero muy repartidos. Dado que no había recibido noticias de su comandante de caballería J. E. B "Jeb" Stuart, que tenía que proteger el flanco derecho de la Confederación en la marcha hacia el norte, Lee dio por sentado que el ejército federal no suponía una amenaza.



Sin embargo Stuart se había separado del ejército confederado principal y se vio obligado a dar la vuelta por detrás de las tropas unionistas que se dirigían al norte. Al caer la noche del 28 de junio, con sus propias fuerzas peligrosamente dispersas, Lee recibió la noticia de que el ejército de Hooker se encontraba concentrado cerca de Frederick, Maryland, más cerca de algunas de las partes del ejército de Lee de lo que éstas estaban entre sí. Lee tenía que concentrarse de inmediato, de lo contrario su ejército sería destruido poco a poco.


Los confederados se reunieron en Gettysburg, una pequeña ciudad de 2400 habitantes e importante cruce de caminos. El ejército de Virginia del Norte llegó desde el noroeste; el ejército del Potomac, desde el sur. Las fuerzas de la Unión también contaban con un nuevo comandante, el general de división George Gordon Meade. Hooker discutió con sus superiores en Washington, y el 28 de junio el presidente Lincoln lo sustituyó. Hooker había demostrado ser un comandante de cuerpo eficaz, pero titubeó y permitió que Lee, con la mitad de los hombres, lograse una victoria brillante en Chancelorsville.


Lincoln y sus asesores dudaron de si Hooker podría resistir ante Lee,.


El contacto preliminar entre las dos fuerzas tuvo lugar cerca de Gettysburg el 30 de junio. La caballería de la Unión al mando del general de brigada John Buford entró en Gettysburg y avistó a la infantería confederada de A.P Hill al oeste de la ciudad. Buford informó al general de división Joseph Reynolds, comandante del I cuerpo de la Unión y del ala izquierda de Meade. Buford decidió intentar conservar la plaza de Gettysburg mientras ambos bandos tomaban por asalto todo lo que encontraban a su paso.


La batalla de Gettysburg duró tres días. El primer día, el 1 de julio, terminó con victoria para los confederados. Reynolds llegó a la ciudad a media mañana y avanzó con su infantería para sustituir a la caballería de Buford. Murió mientras dirigía el despliegue de sus unidades. A primera hora de la tarde, el XI cuerpo de la Unión al mando del general de división Oliver Howard llegó al campo de batalla y tomó posiciones al norte de Gettysburg.


En la cruenta lucha que siguió, los confederados hicieron retroceder a las tropas unionistas a través de la ciudad y éstas ocuparon posiciones defensivas en Cemetery Hill y Culp´s Hill. Reynolds y Buforf habían ganado el tiempo suficiente, ya que la linea defensiva unionista resultante - conocida como Fishhook- fue la mayor ventaja individual de Meade. La Fishhook se situó en la derecha junto a Culp´s Hill. Discurría en dirección oeste hasta Cemetery Hill, y después al sur siguiendo Cemetery Ridge hasta los dos Round Tops ( big y little ).


La caballería federal protegía los flancos. Los confederados, mientras tanto, ocuparon Seminary Ridge, una elevación extensa y parcialmente boscosa que discurría al norte y al sur en paralelo a Cemetery Ridge. La batalla del primer día resultó cara para la Unión; dos tercios de los 18000 federales que lucharon el 1 de julio causaron baja.


El segundo día confirmó la ventaja de la Fishhook. Meade, que operaba desde las líneas interiores, podía desplazar tropas y avituallamiento con mucha más facilidad que Lee. Longstreet solicitó un esfuerzo inmediato para asegurar los Round Tops en el sur de la línea defensiva de la Unión y después rodear las fuerzas unionistas que amenazaban Baltimore y Washington para desplazar a Meade de sus posiciones defensivas. Lee, sin embargo, planificó un ataque doble contra los flancos de la Unión.


Estos ataques ocurrieron de forma consecutiva, lo que permitió a Meade contener a ambos. La marcha de Longstreet más allá de la izquierda de la Unión y sus puestos de observación ocuparon gran parte de la tarde. No obstante el ataque de dos divisiones confederadas contra la Unión realizado por el general Daniel Sickles, comandante del II cuerpo, resultó un éxito. Sickles salió de Cemetery Ridge sin pensar y avanzó por delante de resto de la línea unionista, formando un saliente que quedó completamente desprotegido.


La lucha hizo estragos en lugares que pasaron a ser famosos: Peach Orchard, Devil´s Den, Wheatfield y Little Round Top. Meade desplazó las fuerzas hacia el sur, y aunque los hombres de Sickles regresaban a Cemetery Ridge, mantuvieron esa posición. Los confederados tampoco lograron tomar Little Round Top gracia a que el 20º Regimiento de Maine llegó justo a tiempo. Si los confederados hubiesen obtenido el éxito en ese lugar, Longstreet habría podido batir por el flanco toda la línea unionista.


La lucha pasó a continuación al centro de la Unión. Aunque Hill atacó con un número insuficiente de efectivos, una brigada confederada aseguró una posición firme en Cemetery Ridge. Al norte, y con el crepúsculo, dos brigadas confederadas retrocedieron desde Cemetery Hill; el ataque de Ewell contra Culp´s Hill también fue rechazado. El segundo día terminó en tablas.


El tercer día, Lee planificó un ataque confederado masivo desde Seminary Ridge contra el centro de la línea federal, protegida por el II cuerpo del general W.S Hancock. La caballería confederada al mando de Jeb Stuart debía rodear la línea unionista desde el norte, pero fue derrotada a 8 kilómetros al este del campo de batalla por la caballería de la Unión. Alrededor de la una de la tarde, los confederados comenzaron un bombardeo masivo desde Seminary Ridge con unos 160 cañones. Más de 100 cañones unionistas situados en Cemetery Ridge respondieron en un cañoneo que duró dos horas.


Después se hizo el silencio y los confederados comenzaron su asalto sobre 1500 metros de campo abierto en filas de la misma anchura, con los estandartes de batalla ondeando como si se tratara de un desfile. En la carga participaron tres divisiones, con la del general George Pickett en el centro. Las otras dos desaparecieron y retrocedieron buscando refugio en sus propias líneas ante el incesante fuego de fusilería unionista, sin embargo Pickett siguió adelante con su división, totalmente expuesta al fuego de enfilada de los federales. Sólo unos pocos cientos de soldados del sur llegaron a las líneas enemigas, donde fueron obligados a detenerse. La famosa Carga de Pickett se saldó con entre 8000 y 10000 bajas de los 13000 que componían su división.


Lee acortó su línea. Al día siguiente permaneció en su puesto a lo largo de Seminary Ridge, esperando que Meade le atacase, pero el comandante unionista no cayó en la trampa. Finalmente, la noche del 4 de julio, Lee levantó el campamento y aprovechó la oscuridad y la lluvia para retirarse hasta Virginia descendiendo por el valle de Cumberland. Se llevó el botín capturado y a 6000 prisioneros.


En la batalla propiamente dicha, Meade perdió alrededor de 23000 hombres. Las pérdidas de Lee fueron más numerosas, en torno a las 28000. Aunque el Sur cantó victoria, los más prudentes vieron que en realidad se trataba de una derrota confederada. El Ejército del Potomac por fin cumplió su promesa. La victoria unionista en Gettysburg, junto con el éxito simultáneo en Vicksburg, rompió el equilibrio militar y diplomático en favor del Norte. A partir de aquel momento, la Confederación comenzó un descenso imparable hacia la derrota.