domingo, 7 de septiembre de 2008

Muret 1213. Fin de la proyección catalana en Occitania.




La batalla de Muret tuvo lugar el 13 de Septiembre de 1213 cerca de la ciudad del mismo nombre a orillas del río Garona, al sur de Tolosa, entre las fuerzas occitanas y sus aliados, principalmente catalano-aragonesas, y las tropas cruzadas mayoritariamente francesas.

En Occitania se había extendido a principios del siglo XIII la herejía albigense o cátara, y el Papa Inocencio III lanzó una cruzada para acabar con esta herejía en 1207 que les expulsó de la mayoría de sus fortalezas, pero no consiguió extirpar la herejía. La mayoría de los herejes habían encontrado refugio en las tierras de Raimundo VI de Tolosa, y este se convirtió en su protector.

Así pues se entablaron negociaciones con Raimundo que el legado papal y el francés se encargaban de sabotear imponiendo condiciones realmente duras y Raimundo, temiendo una nueva cruzada, buscó aliados entre gobernantes europeos católicos, yendo finalmente a aliarse con Pedro II el Católico, rey de la Corona de Aragón.

Este trato de llegar a un acuerdo pacífico, pero al final el Papa se puso de parte de Simón de Montfort, legado del rey de Francia que estaba ampliando sus dominios con esta guerra, y ordenó un enfrentamiento armado para acabar de una vez por todas con los herejes.

El 10 de Septiembre, el ejército de Pedro, con entre 800 y 1.000 caballeros, llegó a Muret y se le unieron milicianos de Tolosa. Raimundo aconsejó no presentar batalla y sitiar a los cruzados, que tenían unos 800 caballeros franceses, para vencerlos por hambre. Pedro rechazó el consejo por considerarlo poco caballeroso y deshonroso, y posicionó su ejército de forma que el flanco izquierdo quedaba protegido por una marisma y el derecho por el río, y dejó a la milicia para asaltar los muros de la ciudad.

Montfort dividió su ejército en tres divisiones y a su frente atravesó el río para encontrarse con los aragoneses. El como se desarrolla la batalla en si es asunto polémico y está infiltrado de la propaganda posterior.


Se dice que los aragoneses y catalanes fueron sorprendidos en plena resaca o borrachos. Qué en el campamento de los aliados abundaban las amantes de los caballeros, que el mismo rey Pedro entraba en batalla solo para impresionar a una dama. Estas mismas fuentes pintan a Simon de Montfort casi como un santo, rezando el rosario en la torre de su fortaleza y haciendo rezar a sus hombres. Hay mucha propaganda pro-francesa en estas crónicas.


Muchos trovadores se aprestan a agradar a sus nuevos amos tras la cruzada. Lo cierto es que si observamos la crónica de la batalla en si, vemos que los aliados no son sorprendidos “durmiendo la mona”. Los aragoneses organizan tres líneas de batalla que forman perfectamente el día 12. Una primera la forma el conde de Foix y sus hombres. La segunda línea la comanda el propio Pedro, rodeado de la flor de la caballería catalana y aragonesa. En una tercera línea se encuentra el resto de la caballería occitana, al mando del aun enfadado Raimundo de Tolosa. Quizás se han visto sorprendidos por la audacia del cruzado, pero todos saben que puesto ocupan en la línea y la mayoría están en el cuando es menester. El choque con el cuerpo francés principal, al mando Bouchard de Marly (1ª linea) y de William de Encontré (2ª linea) es brutal. Las fuerzas del conde de Foix, es desorganizada rapidamente. Los infantes, aterrorizados huyen atravesando la segunda linea aliada y la desorganizan mientras los franceses chocan con ella.


Aun podrían haberse sobrepuesto los aragoneses a este revés merced a sus superioridad en número. Pero ese es el momento elegido por Simón de Montfort para salir de las marismas y cargar. Con desmayo ven los aragoneses y catalanes como, del pantano que consideraban impasable, unos 300 caballeros franceses les cargan por el flanco. La confusión es mayúscula, muchos caballeros luchan desmontados, ya no existe línea de batalla. En este escenario se produce la muerte de Pedro II.Este también es terreno para la leyenda.


Se cuenta que Pedro II no llevaba ni saya ni blasón que proclamase su personalidad, ya que gustaba de mezclarse con sus hombres y luchar como uno más, al mas puro estilo del romancero medieval. Dos nobles franceses abaten a un noble aragonés de elevada altura y que viste con las cuatro barras rojas sobre fondo de oro, y proclaman que han matado al rey. Pedro, se despoja del yelmo y grita: “Yo soy el rey”, tras lo cual es muerto por varios caballeros cruzados.

Otras versiones son menos amables: el rey lanza su grito para evitar ser asesinado una vez derribado de su montura. Sea como fuere, Pedro acaba así sus días.La tercera línea de batalla occitana se descompone sin apenas poder intervenir en la batalla. Huyen en desbandada los supervivientes. Los que se refugian en el campamento y son capturados son pasados a cuchillo. Los franceses son pocos y no quieren correr el riesgo de verse sobrepasados por sus teóricos prisioneros. La matanza es algo que, teniendo en cuenta el episodio de Beziers, no debería sorprendernos.Todo acaba en pocas horas.


La infantería tolosana, sin mandos y sin intervenir en la batalla. Se ve ahora entre el Garona, la muralla de Muret y las lanzas de los cruzados. Muchos escapan como pueden. Otros son muertos en la persecución. El fin de la Occitania independiente se ha sellado.Muret es la historia de dos errores estratégicos y una brillante acción táctica. Monfort cometió el grave error de verse encerrado en Muret y de haber perdido su infantería al no tener en cuenta las peculiaridades de la Quarantine, el servicio por 40 días de la leva feudal.Pedro II comete a su vez otro error garrafal: con su abrumadora superioridad numérica y luchando en terreno amigo, no bloquea de modo efectivo a Simón de Montfort en Muret y le da una oportunidad de dar batalla campal. Quizás había creído en demasía en ese mundo caballeresco que le cantan los juglares que protege. En ese aspecto, el duro Montfort y Raimundo de Tolosa le aventajan claramente. El movimiento de flanqueo es ciertamente brillante. La sorpresa debió ser enorme en unas tropas ya desordenadas por la huida de una infantería mal desplegada. El que eligiese un terreno teóricamente impracticable y apareciese con toda su fuerza en el flanco del enemigo, recuerdan a algunas de las más celebradas maniobras militares de la Historia.Respecto a la historia de la batalla, es difícil despojarla de toda la propaganda posterior, destinada a denigrar a los aliados como protectores de la herejía.

Lo cierto es que buena parte de las crónicas (escritas muy posteriormente) pinta n a Pedro y sus hombres como viciosos lascivos, mientras que los cruzados, y de Montfort en particular, como píos servidores de la fe. Sus tropelías y matanzas son obviados, como lo es su ambición sin límites (llega acumular los títulos de duque de Narbona, de vizconde de Carcasona y Beziers y el conde de Tolosa, amen de otras muchas prebendas menores y de las que ya poseía anteriormente en el norte francés).

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