jueves, 16 de octubre de 2008

Balaklava, 25 de octubre de 1854. La carga de la brigada ligera.





"Media legua, media legua,

Media legua ante ellos.

Por el valle de la Muerte

Cabalgaron los seiscientos.

"¡Adelante, Brigada Ligera!"

"¡Cargad sobre los cañones!", dijo.

En el valle de la Muerte

Cabalgaron los seiscientos.

"¡Adelante, Brigada Ligera!"

¿Algún hombre desfallecido?

No, aunque los soldados supieran

Que era un desatino.

No estaban allí para replicar.

No estaban allí para razonar,

No estaban sino para vencer o morir.

En el valle de la Muerte

Cabalgaron los seiscientos.

Cañones a su derecha,
Cañones a su izquierda,
Cañones ante sí
Descargaron y tronaron;
Azotados por balas y metralla,
Cabalgaron con audacia,
Hacia las fauces de la Muerte,
Hacia la boca del Infierno
Cabalgaron los seiscientos.

Brillaron sus sables desnudos,
Destellaron al girar en el aire,
Para golpear a los artilleros,
Cargando contra un ejército,
Que asombró al mundo entero:
Zambulléndose en el humo de las baterías
Cruzaron las líneas;
Cosacos y rusos
Retrocedieron ante el tajo de los sables
Hechos añicos, se dispersaron.
Entonces regresaron, pero no
No los seiscientos.

Cañones a su derecha,
Cañones a su izquierda,
Cañones detrás de sí
Descargaron y tronaron;
Azotados por balas y metralla,
Mientras caballo y héroe caían,
Los que tan bien habían luchado
Entre las fauces de la Muerte
Volvieron de la boca del Infierno,
Todo lo que de ellos quedó,
Lo que quedó de los seiscientos.

¿Cuándo se marchita su gloria?
¡Oh qué carga tan valiente la suya!
Al mundo entero maravillaron.
¡Honrad la carga que hicieron!
¡Honrad a la Brigada Ligera,
A los nobles seiscientos!"


Lord Tennyson 1854



Balaklava es una de esas batallas míticas que quedan fijadas en la memoria colectiva. La carga suicida lanzada por la brigada ligera de la caballería al mando de Lord Cardigan ha sido inmortalizada en poemas, libros y películas. Sin embargo, Balaklava no fue más que una batalla menor en medio de una guerra caótica. Apenas tuvo importancia militar, y mezcló el heroismo más admirable con la incompetencia más escandalosa.

Balaklava era un pequeño puerto de la península de Crimea, al sur de Sebastopol. Durante la guerra de Crimea fue ocupado por una fuerza militar turco-británica el 26 de septiembre de 1854. La operación se enmarcaba dentro de una estrategia más amplia que buscaba aislar el puerto fortificado de Sebastopol. Para ello, la principal fuerza franco-británica había desembarcado el 14 de septiembre en la bahía de Calamita, al norte de la ciudad. Tras abrirse paso combatiendo a través de la linea costera, esta fuerza había llegado el día 24 al este de Sebastopol. El desembarco en Balaklava y el posterior enlace de esta fuerza con el grueso del ejército aliado completaron el cerco de la ciudad, de la cual se había retirado el grueso del ejército ruso el 25 de septiembre. Las cosas parecían ir bien para los aliados, que comenzaron inmediatamente el asedio del puerto ruso. No obstante, el jefe de las fuerzas rusas en Crimea, el príncipe Ménshikov, necesitaba obtener una victoria para congraciarse con el zar tras su mediocre dirección anterior de las operaciones. A finales de octubre, Ménshikov había logrado reunir a 25000 hombres y 70 piezas de artillería, con las que intentó romper el asedio desde el exterior.

El plan de Ménshikov consistía en atacar el flanco aliado, cortando las comunicaciones entre la fuerza sitiadora y el puerto de Balaklava, su principal base logística. Si lo conseguía, los aliados no tendrían más remedio que levantar el asedio o arriesgarse a utilizar como línea de aprovisionamiento el largo y tortuoso camino hasta la bahía de Calamita. El 26 de septiembre se lanzó el ataque ruso, que arrasó los fortines de la línea exterior de la defensa aliada.

Ante el peligro inminente, el comandante en jefe británico, lord Raglan, ordenó desplegar en la zona la división de caballería británica al mando de lord Lucan. Esta divisiónse componía de una brigada pesada y otra ligera. Una afortunada carga realizada por la primera contra las unidades de caballería rusas que protegían el flanco de la penetración obligó a los rusos a detenerse. A ello también contribuyó la enérgica resistencia presentada por la infantería de marina británica, que defendía la segunda línea de defensa en Balaklava.

En ese momento de equilibrio fue cuando se produjo la fatal sucesión de malentendidos que dieron origen a la tragedia. Lord Raglan advirtió una maniobra por la cual los rusos intentaban retirar algunas piezas de artillería capturadas de las colinas que dominaban los valles situados al norte de Balaklava. Sin pérdida de tiempo envió una confusa orden a lord Lucan para que éste intentase recuperar las piezas. Pero éste, desde su posición en el fondo del valle, no podía ver la acción de los rusos, por lo que supuso que lord Raglan se refería a la artillería enemiga que había tomado posición al otro lado del valle. Lord Lucan entendió que debía realizar un ataque frontal y no pidió más explicaciones, indignado por la insolente actitud del capitán Nolan, el oficial de Estado Mayor que había llevado la orden. Lord Lucan ordenó realizar la carga a la brigada ligera al mando de su cuñado lord Cardigan. La enemistad entre ambos concuñados impidió cualquier explicación sobre una acción que se anticipaba suicida, al estar el fondo del valle erizado de piezas de artillería enemiga.



A las 11 de la mañana, la brigada ligera se lanzó a la carga, apoyada en su flanco sur por la brigada pesada. Al momento recibió una granizada de fuego que obligó a lord Cardigan a aumentar la velociad de la carga, por lo que perdió el contacto con la brigada pesada. La media milla que tuvo que atravesar para llegar hasta las piezas rusas fue una pesadilla. Increíblemente, y a pesar de unas bajas espantosas, parte de la unidad consiguió alcanzar la posición enemiga y poner en fuga a los artilleros rusos pero todo atisbo de orden se vino abajo cuando contraatacaron las reservas de caballería rusas.

Luchando por sus vidas con auténtica desesperación, 193 de los 673 hombres que componían la brigada lograron regresar a sus líneas. El resto murió o fue hecho prisionero tras haber sido heridos. En ese momento la brigada ligera desapareció como unidad de combate.

La batalla de Balaklava acabó en tablas y no modificó la situación. Los aliados siguieron con su asedio a Sebastopol, que tardó un año en rendirse. Pero la leyenda de "los seiscientos cabalgando por el valle de la Muerte", inmortalizada en un poema de Tennyson, sobrevivió a la guerra y formó parte de los sueños y mitos juveniles durante muchos años.

Lord Cardigan sobrevivió al combate, y en marzo de 1855 expuso su experiencia en la cámara de los comunes:

«Avanzamos por una pendiente gradual de más de un kilómetro, las baterías vomitaban sobre nosotros obuses y metralla, con una batería a nuestra izquierda y una a nuestra derecha, y el espacio intermedio erizado de fusiles rusos; así cuando llegamos a 50 metros de la boca de los cañones que habían arrojado la destrucción sobre nosotros, estábamos, de hecho, rodeados por un muro de fuego, además del de los fusiles en nuestro flanco.
Mientras ascendíamos la colina, el fuego oblicuo de la artillería caía sobre nuestra retaguardia, de tal modo que recibíamos un nutrido fuego sobre la vanguardia, los flancos y la retaguardia. Entramos en el espacio de la batería, la atravesamos, los dos regimientos en cabeza hiriendo un gran número de artilleros rusos al pasar. En los dos regimientos que tuve el honor de dirigir, cada oficial, con una única excepción, fue o bien herido, o muerto, o vio al caballo que montaba muerto o herido. Estos regimientos pasaron, seguidos por la segunda línea, formada por dos regimientos suplementarios, que siguieron con su deber de herir a los artilleros rusos.
Después vino la tercera línea, formada por otro Regimiento, que completó la labor asignada a nuestra Brigada. Creo que ello se hizo con verdadero éxito, y el resultado fue que ese cuerpo, formado por tan sólo 670 hombres aproximadamente, logró atravesar la masa de la caballería rusa que —como hemos sabido posteriormente— disponía de 5.240 hombres; y habiendo atravesado esta masa, dan la vuelta, como dice nuestra expresión técnica militar, «al fondo de todo», y se retiraron de la mismo modo, provocando tantos daños como era posible en la caballería enemiga. De regreso a la colina de la que había partido el ataque, tuvimos que sufrir la misma mano de hierro y padecer el mismo riesgo de disparos de los tiradores en nuestro flanco que a la ida. Muchos de nuestros hombres fueron alcanzados, hombres y cabalgaduras resultaron muertos, y muchos de los hombres cuyas monturas murieron fueron masacrados cuando intentaban escapar.
Pero, mylord, ¿cuál fue el sentimiento de estos valientes que regresaron a su posición, de cada regimiento no retornó sino un pequeño destacamento, dos tercios de los efectivos implicados en la acción se habían perdido?. Creo que cada hombre que participó en este desastroso asunto de Balaklava, y que tuvo la bastante suerte como para seguir con vida, debe notar que fue solamente por un decreto de la Divina Providencia que escapó a la muerte más cierta que era posible concebir»

El valle de la muerte.

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