En el año 481 aC una enorme fuerza persa comandado por el emperador Jerjes dirigía sus pasos hacia la Grecia continental con la intención de someterla. Cuando las primeras informaciones sobre los desproporcionados planes militares persas alcanzaron los oídos griegos hubo reacciones de todo tipo.
Las polis que decidieron enfrentarse al invasor se unieron en la denominada Liga Helénica. En su primera reunión, sus miembros acordaron poner fin a todo conflicto entre ellos, lo que causó la reconciliación de Atenas y Egina tras 20 años de enfrentamientos. Los atenienses disponían de una poderosa fuerza naval e intentaron tomar el mando de la flota combinada, pero la Liga no estuvo de acuerdo. Los espartanos fueron elegidos para comandar las fuerzas militares de la Liga por tierra y mar.
La primera acción de la Liga fue el envío de espías a Asia Menor para recabar más información y de mesajeros por el Mediterráneo en demanda de ayuda a los Estados amigos.
El ejército de Jerjes cruzó el Helesponto en el verano de 480 aC, la amenaza se cernía ya sobre el continente, comenzaban los movimientos de los estados filopersas y las acciones de defensa griegas.
La familia en el gobierno de Tesalia, los Alévadas, había abrazado la causa de los medos desde el año 492 aC. Muchos tesalios aborrecían esa política y enviaron emisarios al istmo de Corinto, donde se reunía la Liga, solicitando una expedición que detuviera a los orientales en la frontera con Macedonia. Un ejército de 10000 hoplitas marchó hacia el valle del río Peneo, en Tempe, el principal paso hacia Tesalia desde Macedonia. Al frente de ellos iba el espartano Evéneto. Una vez allí, tras una espera de unos pocos días, el comandante vio que había muchas rutas alternativas para entrar en Tesalia. Jerjes podía evitar con facilidad el paso de Tempe, rodearle y atacarle por la retaguardia. Decidió abandonar la posición, lo que significaba dejar a los tesalios a merced del enemigo.
En ese punto la Liga vivió una escisión: los miembros del Peloponeso, sobre todo Esparta y Corinto, abogaban por retirarse y plantear la defensa en el istmo; los demás, entre los que estaban Atenas y Tebas, no estaban dispuestos a abandonar sus ciudades sin lucha. Tras extensas deliberaciones, los miembros llegaron a una conclusión.
La única ruta de entrada a la Grecia central desde Tesalia para un gran ejército como el de Jerjes era el paso de las Termópilas, un pequeño y estrecho pedazo de tierra entre las montañas y el mar. Las Termópilas era un desfiladero angosto que proporcionaba muchas ventajas para los defensores. Se envió un pequeño ejército para bloquear el paso y se reunió la flota para tomar una posición en el cabo de Atemisión, en el extremo norte de la isla de Eubea, con el objetivo de impedir que los persas desembarcaran detrás de las Termópilas. Leónidas, uno de los reyes de Esparta, asumió el mando de las fuerzas de tierra, mientras que el contingente naval se puso a las órdenes de Euribíades, también espartano.
Se calcula que el ejército de las Termópilas tenía unos 8000 hoplitas. Sólo 1000 eran espartanos, la mayoría de ellos periecos. Los únicos ciudadanos espartanos eran los 300 hombres que componían la guardia personal de Leónidas, escogidos por su valor y determinación, pero también porque dejaban hijos en Esparta. Como era habitual a los 300 les acompañaban sus sirvientes ilotas integrando además una fuerza de tropas ligeras, 2800 soldados más provenían del Peloponeso, sobre todo de Arcadia, al norte de Laconia. El resto de las tropas era de Grecia central: de Mélide, de Focea, Lócride oriental y Beocia.
Herodoto explica que el reducido número de soldados espartanos se debía a que debido a la celebaración de las fiestas sagradas de las Carneas, les impedíab acudir hasta que éstas acabaran. Los demás peloponesios enviaron también escasas tropas y adujeron, en su caso, en la celebración del Festival Olímpico. El ejército agrupado en las Termópilas era, en principio, sólo una avanzadilla de un contingente mayor que se concentraría en cuanto acabaran las obligaciones para con los dioses. Pese a estos argumentos, está en la mente de todos que los Estados peloponesios no querían comprometer sus efectivos militares en la defensa de Grecia central, prefiriendo teber sus fuerzas más cerca de casa.
La operación conjunta por tierra y mar era mucha más grande e involucraba a muchos más griegos. El ejército y la armada helenos dependían uno del otro para el éxito de sus actuaciones y estaban en contacto permanente. La flota griega en el cabo Artemisio contaba, según Herodoto, con 271 trirremes, principalmente de Atenas, Corinto y Egina. Sus dotaciones se componían de 170 remeros y 30 marinos e infantes, lo cual suma 54200 hombres; además de al menos 10 hoplitas y 4 arqueros por barco.
La batalla del cabo de Artemisio
En su parte central, el paso de las Termópilas tenía unos escasos 15 metros de ancho. Esta zona era conocida como la Puerta del Centro. Tiempo atrás los foceos habían levantado allí un muro defensivo, ahora derruido. La primera orden de Leónidas nada más tomar la posición fue reconstruirlo. Los dos extremos ( Puerta Este y Puerta Oeste ) eran más estrechos, pero en ellos también las pendientes eran más suaves y el enemigo podía tomar posiciones elevadas con facilidad. Por eso el rey escogió la Puerta del Centro para la resistencia.
A su llegada Leónidas se enteró de que había una ruta alternativa a través de las montañas, un sendero que evitaba el paso, separándose de la ruta principal en una puerta y volviendo a ella por la otra. Era conocida como la senda Anopea. Los persas podrían flanquearle por allí y atacar la retaguardia. Para bloquear el camino, anvió a los hoplitas foceos, convencido de que lucharían con ardor para proteger sus hogares.
A finales de agosto, Jerjes cruzó el río Esperqueo y acampó cerca de Traquis, al oeste de las Termópilas. Durante varios días los exploradores reconocieron el terreno.
Mientras el ejército persa alcanzaba las Termópilas, la flota navegaba de Terme a Áfetas. Cuando estaban anclados frente a la cosata de magnesia se levantó una tormenta terrible que duró varios días, tras los cuales casi un tercio de la flota persa, tanto trirremes como cargueros, se había hundido. No obstante la armada siguió su camino hasta el punto convenido, en Áfetas, en el extremo sur de la península de Magnesia, y atracó allí.
Las noticias de la tormenta pusieron eufóricos a los griegos, pero entonces comenzó a llegar información más exacta sobre la dimensión de la flota atracada en Áfeta y la alegría se les atragantó. Pronto estalló el debate entre los griegos: ¿ debían abandonar la posición en Artemisio ? Según Herodoto, sólo a través de sobornos los comandantes griegos decidieron quedarse ya que los eubeos, que tenían al enemigo a las puertas, ofrecieron una buena cantidad de talentos al comandante ateniense Temistocles, que repartió entre el espartano Euríbiades y Adamanto, el corintio, para acabar de convencerles.
Los persas estaban muy bien informados sobre sus oponentes al llegar a Áfetas se habían topado con tres barcos exploradores griegos y habían capturado a dos de ellos. Sabían que los helenos tenían 271 trirremes y 50 buques de otras clases. Más tarde se añadieron 53 trirremes de las fuerzas de reserva atenienses para la protección del Ática, aunque la ventaja numérica de la flota persa seguía siendo avasalladora. Es por eso que resulta extraño que, con su flota agrupada y preparada para el combate, y con la conciencia clara de su superioridad, la armada persa se quedara en su puerto y no atacara a los griegos al menos durante dos días.
El enfrentamiento tuvo lugar en aguas abiertas, pues cuando los persas vieron a los buques griegos acercándose prestos al combate, pensaron que se habían vuelto locos y salieron raudos a su encuentro.
Los rodearon para abordarlos y capturar un fácil botín, para ello transportaban más guerreros que los griegos, incluyendo persas, medos y sacas. Las naves griegas permanecieron muy cercana en formación circular, para evitar ser atacadas una por una y arrolladas, pero poco a poco se acercaron tanto que tuvieron que arriesgarse a una escapada en masa a través de las líneas enemigas.
Después de una breve embestida, en la que los griegos destacaron porque sus naves, cuyas tripulaciones eran menos numerosas, eran más ligeras y rápidas, 30 naves persas fueron capturadas y un barco de la flota persa, perteneciente a la isla griega de Lemnos, se pasó a los helenos.
El comandante Euribíades tocó retirada y envió un mensaje a Leónidas diciendo que aguantaría su posición un día mas. Aquella noche, tras la victoria helena en el primer choque, una nueva tormenta atrapó el escuadrón de 200 barcos en un lugar llamado las Ensenadas y lo destruyó por completo. Con ello se reducía de manera drástica la ventaja numérica de los persas. Al día siguiente los griegos lanzaron un nuevo ataque sobre los persas, hundiendo a muchos navíos enemigos. Una vez más, Euribíades avisó a Leónidas de que podrían aguantar otro día.
LAS PUERTAS CALIENTES
La defensa griega del paso de las Termópilas duró tres días. Antes de entablar combate los persas estaban convencidos de que arrasarían a los helenos por simple peso numérico. Pero, a la hora de la verdad, se puso de manifiesto que la increíble angostura de la parte central del desfiladero les reducía a una vanguardia del mismo tamaño que la del enemigo. Su superioridad sólo servía para abastecer la primera línea de manera más efectiva, pero no para desplegar ningún tipo de táctica.
Al principio Jerjes envió dos unidades ( alrededor de 20 000 hombres ), con la orden de capturar a los griegos y trarelos ante él. Este contingente tuvo que retirarse con grandes pérdidas. Entonces Jerjes envió a su división de élite, los Inmortales, bajo el mando de Hidarnes. Ni siquiera ellos, sus mejores soldados, doblegaron la resistencia griega. Leónidas y su pequeña fuerza de espartanos soportaron lo peor del ataque, pero los griegos rotaban sus fuerzas para mantener permanentemente fresca la primera línea. En este tipo de combate, el equipo de los hoplitas resultaba muy efectivo. Los enormes escudos circulares ( hoplon ) les convertían en un muro impenetrable y las largas lanzas de acometida, de casi dos metros, empujaban al enemigo hacia atrás antes de que pudiera ni tan siquiera husmear la vanguardia griega. Por otro lado, los espartanos usaban tácticas excelentes para arrastrar al enemigo a una lucha desigual. Fingían una retirada, y cuando el enemigo les perseguía confiado en la victoria, se giraban y se enfrentaban a él cara a cara.
Al atardecer del segundo día de combate, Jerjes estaba desesperado. Dice Herodoto que el monarca se encontraba sin saber qué hacer cuando se presentó ante él un lugareño de Traquis llamado Efialtes, y, esperando una recompensa, le indicó la existencia del sendero que atravesaba las montañas y se ofreció como guía.
Realmente la traición de Efialtes no era necesaria, ya que Jerjes tenía tesalios en su ejército que podían conocer la senda que llevaba a la retaguardia griega, o sus mismos exploradores podrían haberla descubierta. Jerjes la habría ignorado porque no creía necesaria utilizarla pues era un camino traicionero y agreste, inadecuado para desplazar grandes fuerzas militares y difícil de atravesar incluso de día, puesto que había peligro de perderse o caer por un precipicio. Ahora, dominado por la impaciencia, ordenó a Hidarnes conducir a los Inmortales por el camino durante la noche y atacar a Leónidas por la espalda al amanecer. Es posible que el mismo Efialtes sirviera de guía a los Inmortales por esa peligrosa senda.
Hidarnes y los Inmortales salieron a la caída del sol y remontaron la senda Anopea. Cerca del amanecer, cuando clareaba, se encontraron con los 1000 foceos destacados para bloquear el camino. Hidarnes se detuvo, temeroso de que fueran muchos más espartanos, pero Efialtes le informó al respecto.
Los inmortales
Los foceos oyeron acercarse al enemigo, pero no tuvieron mucho tiempo para prepararse. En cuanto vieron volar las primeras flechas, se retiraron a una colina cercana que ofrecía una buena posición defensiva y se prepararon para luchar hasta la muerte. Creían que eran el objetivo principal de esa expedición persa y que se detendría allí hasta doblegarlos. Pero Hidarnes era un comandante experimentado y no cayó en la tentación del éxito probable, pues podía hacer peligrar su verdadero objetivo. Evitó la escaramuza y prosiguió su camino.
Los exploradorss foceos avisaron a Leónidas de que los persas venían por la retaguardia con varias horas de antelación. En ese momento tuvo que tomar una decisión crucial: continuar la defensa del paso o retirarse hacia el sur en busca de otra posición.
Se dice que algunos griegos no esperaron y huyeron de manera inmediata pero Herodoto asegura que fue el rey quien ordenó la retirada. Su decisión fue quedarse, pero sabía que no sería capaz de resisitir mucho tiempo el ataque desde ambos flancos, por lo que dejó irse a quien quisiera hacerlo. No todos los griegos se retiraron. Junto a Leónidas y sus 300 espartanos se quedaron algunos beocios, unos 400 tebanos y 700 hoplitas de Tespis.
La decisión de Leónidas es difícil de entender en términos estratégicos. Sus efectivos eran demasiado escasos como para retardar el avance de los persas de manera significativa, incluso para cubrir la retirada del ejército griego. Herodoto dice haber oído hablar de un oráculo que los sacerdotes de Apolo en Delfos dieron a los espartanos al principio de la campaña.
El oráculo decía que Esparta perdería su ciudad o su rey frente a los persas. Tal vez Leónidas creyó que su muerte salvaría a la ciudad. Por otro lado se había convertido en rey de manera inesperada, tras la muerte de sus dos hermanos mayores.
El cuerpo principal del ejército griego se retiró y un mensajero fue por barco a Artemisio para informar a Euribíades que el paso había caído. Leónidas condujo a los últimos resistentes a la batalla. Los oficiales del ejército persa tuvieron que azuzar a sus hombres, que se mostraban reacios a luchar contra aquellos griegos bizarros. El último combate fue el más fiero y el más sangriento.
Los persas caían por decenas, algunos aplastados por sus propios compañeros, los hoplitas lucharon con sus lanzas hasta que éstas se quebraron. Entonces desenvainaron las espadas cortas. Entre las bajas persas estaban dos hermanastros de Jerjes. Leónidas cayó en esa lucha, y griegos y persas lucharo entonces por apropiarse de su cuerpo. Cuando Hidarnes y los Inmortales salieron del sendero y se aproximaron por la espalda, los espartanos, sus ilotas y los tespios se parapetaron tras el muro foceo y plantearon la resistencia final.
El muro estaba sobre una pequeña colina, cuando quedaban ya sólo unos pocos griegos, los persas se retiraron y los acribillaron con flechas. En la última refriega, algunos tebanos se habían rendido, pero Jerjes estaba fuera de si, y en vez de aceptarlos en sus filas, los hizo esclavos y les marcó con el signo real. El Gran Rey estaba tan enfurecido por la increíble cantidad de bajas que le habían causado ese puñado de griegos, que se ensañó con el cadáver de Leónidas. Lo decapitó y empaló su cuerpo. Según las abultadas cifras de Herodoto, los espartanos y sus aliados habían causado 20 000 bajas a los persas.
Posteriormente los espartanos y sus aliados fueron enterrados en el mismo lugar en el que cayeron, con todos los honores, y se levantó un monumento con inscripciones de epitafios en verso.
Pero en esos momentos, los persas tenían vía libre hacia el Ática. Había llegado el momento de proceder a la evacuación de Atenas.