En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Soviético estaba decidido a tomar la última barrera natural al este de Berlín.
En 1945 el Frente Oriental se encontraba en el patio trasero de Alemania. Las fuerzas soviéticas habían entrado en Prusia Oriental en enero de ese año, situando a Hitler en un difícil dilema. Cuando el general Heinz Guderian, inspector de las tropas acorazadas, solicitó que Hitler autorizara la retirada de los 300.000 soldados situados en la región de Kurlandia, el Fuhrer se negó, condenando a todos aquellos hombres a una muerte segura. Desaparecerían para siempre entre las nieblas de la guerra.
Otro punto importante del Frente Oriental en esos momentos era la defensa alemana de Breslau, ciudad que los soviéticos querían tomar a toda costa. El Sexto Ejército Soviético se había detenido ante la capital de Silesia, y el mariscal Koniev necesitaba a ese ejército para el avance final hacia Berlín. Pero había todavía un obstáculo de importancia ante el avance soviético, las onduladas colinas y llanuras del área conocida como Colinas de Seelow, sólo a un poco más de 50 kilómetros de la capital de Alemania.
Desde 1210, cuando la Orden de los Caballeros Teutónicos había expulsado a los polacos de Prusia y cruzado el río Vístula, ningún enemigo se había aproximado a la frontera prusiana desde el este. Esas tierras estaban controladas por familias que se remontaban a las baronías instituidas durante el siglo XIII, y los soviéticos las encontrarían fuertemente defendidas. La política llevada a cabo hacía siete siglos por Federico I y los Hohenstaufen había arraigado profundamente y era todavía tangible, incluso en la era del nacionalsocialismo. Pero las cosas estaban a punto de cambiar.
El Ejército Soviético había abierto una cuña en Prusia, pero sus perdidas habían sido elevadas. Seis divisiones de infantería y dos divisiones de tanques habían sido puestas fuera de combate después de una serie de ataques en Vitebsk, Orsha, Allenstein y Konigsberg. Después de Enero de 1945, los soviéticos habían logrado grandes avances, pero hubieron de detenerse al quedar cortos de suministros. Entonces el Ejército Rojo se detuvo, permitiendo a los alemanes disponer de un tiempo precioso para organizar su defensa en las cercanías de Berlín.
El principal general alemán al mando de las unidades alemanas de vanguardia era Hasso von Manteuffel, que comandaba el Tercer Ejército Panzer. Manteuffel había tenido que retirarse a posiciones que se extendían más de 150 kilómetros, desde Stettin hasta la unión del Canal Hohenzollern con el río Oder. Un duro veterano del Frente Oriental, Manteuffel acababa de ganar los diamantes para su Cruz de Caballero aquel mes de Enero, una preciada y escasa condecoración. El menudo aristócrata (no medía más de 1,65m), se hallaba ahora en una precaria situación desde el punto de vista estratégico. Si no conseguía defender su frente el camino a Berlín quedaría totalmente abierto.
Subordinado a Manteuffel, y guarneciendo su flanco derecho, estaba el inteligente y joven general (47 años) Theodore Busse, al mando del Noveno Ejército. Él debía impedir cualquier movimiento de pinza por parte de Koniev, como era esperado que haría. El martillo comenzaría a golpear el yunque en la primera semana de Abril.
Koniev ordenó a sus fuerzas acorazadas atacar en un amplio frente, convergiendo después en una punta de lanza y bordeando el flanco izquierdo de los defensores alemanes. El 8 de Abril, después de varios pequeños ataques de tanteo, se comprobó que los carros soviéticos no eran lo adecuado para romper el frente, incluso con el apoyo de infantería. Las defensas alemanas, una mezcla de distintas unidades, disponían de gran número de armas anticarro Panzerfaust, así como cazacarros, baterías de cohetes Newelverfer y densos campos de minas, convirtiendo el avance de las unidades acorazadas soviéticas en un infierno. Y, lo más importante de todo, no tenían nada que perder.
Al final del primer día de ataques, los soviéticos comenzaron a darse cuenta de lo que costaría tomar los Altos del León. Sus pérdidas fueron de 75 tanques, 2.250 muertos, 3.400 heridos y 12 Ilyushin Il-2 derribados. Por la parte alemana las bajas fueron de 300 muertos, un número similar de heridos, 2 Tigre I, 4 semiorugas Hanomag, 3 Me-109 y 7 Stuka. Konev tenía que hacer algo, y rápido. El Kremlin quería resultados, y Stalin en persona había asegurado que se tomarían represalias si el ataque no tenía el éxito esperado. También el mariscal Zhukov estaba esperando los resultados de los planes de Koniev para presionar en dirección a Berlín.
El 9 de Abril el Ejército Rojo realizó otro esfuerzo masivo. La primera oleada de T34, aproximadamente 50 unidades, fue destruida por cohetes, Stuka, minas e infantería equipada con Panzerfaust. La segunda oleada atacó a las 11:50, siguiendo los pasos del ataque precedente, esperando encontrar una ventaja en los pasos abiertos por sus compañeros en los campos de minas alemanes. Los cazas soviéticos mantenían a raya a los Stuka, pero poco o nada podían hacer contra la infantería y sus anticarros. Aquel segundo ataque terminó como el primero, se perdieron 34 tanques y varios cientos de muertos quedaron para siempre en las llanuras.
Manteuffel sabía que no podría mantener la posición durante mucho más tiempo; no disponía de refuerzos ni en hombres ni en material. Dispuso como mejor pudo sus anticarros, unos pocos 88mm y varios 75mm PAK, así como una batería antiaérea local. El apoyo aéreo sería crucial, pero lo que quedaba operativo de los Jg54 y Jg52 se hallaban en desventaja de 20 a 1, y sus aeródromos estaban a punto de ser ocupados. La mejor ayuda procedía del Stukageschwader 2, la famosa Escuadrilla Immelman, pero debía cubrir todo el área. Aún así y todo sus pilotos llegarían a destruir 149 tanques rusos.
Una de las zonas más complicadas estaba defendida por el mayor SS Rudolf Falkenhahn, cuya compañía de 130 hombres había sido reducida para el 9 de Abril a tan sólo 58; pero habían puesto fuera de combate 9 tanques el día 8 y otros 11 el 9. La mañana del día 10 se pondría a prueba lo mejor de su capacidad.
A la derecha de Falkenhahn estaba la unidad del mayor Hannes Gottlieb, compuesta de una heterogénea mezcla de soldados convertidos en artilleros de los cañones anticarro PAK 40. Hasta la mañana del día 10 no habían entrado prácticamente en combate, y disponían de 12 cañones y 18 proyectiles por arma. Las armas cortas también estaban limitadas, y los soldados esperaban con impaciencia nuevos suministros por vía aérea. La comida y el agua eran prácticamente inexistentes desde el día 4, y muchos soldados se arriesgaban a correr por la tierra de nadie buscando cantimploras y munición entre los rusos muertos.
Koniev ordenó otro asalto, esta vez contra el debilitado flanco izquierdo alemán. Sus observadores habían descubierto irregularidades en las defensas alemanas tras los dos ataques anteriores, y Koniev pensó en moverse sobre esos huecos y dividir a los defensores en dos. Tan sólo esperaba que llegará el amanecer.
Manteuffel sabía de la debilidad de su frente, y durante la noche del día 9 ordenó que los vanos en la línea fueran cubiertos con cañones del 88, que tomaron posición y se ocultaron todo cuanto se pudo. El flanco derecho estaba cubierto por sólo una docena de cañones de 75mm en un frente demasiado abierto, pero lo único que los artilleros tenían que hacer era orientar sus armas hacia las brechas del frente y de ese modo cubrirlas con un fuego anticarro cruzado. Tambíen se plantaron más minas, en algunos casos desenterrando las ya existentes que permanecían intactas y creando nuevos campos de minas frente a las nuevas posiciones.
El pequeño general todavía dispuso de otro golpe de suerte a su favor. La 5ª División SS Wiking, apoyada por la 28ª SS Wallonien y grupos de rezagados alcanzaron el campo de batalla, llevando consigo varios cañones rusos capturados y dos T34. Pero todavía quedaba una sorpresa más para Koniev: Manteuffel tambíen podía disponer de la artillería de la 11ª División SS Nordland y de la 23ª SS Nederland. Sin embargo debe aclararse que la fuerza total de las cuatro divisiones era menor que la de una al 100% de sus efectivos, ya que habían sufrido terribles pérdidas en combate durante las semanas anteriores. Aún así y todo eran un obstáculo a tener en cuenta.
A primera hora de la mañana del 10 de Abril de 1945, las tropas alemanas, cansadas y hambrientas, fueron alertadas por un sonido lejano de motores. Inmediatamente después un sonido mucho más terrible rompió la calma de la mañana. Koniev había traido la artillería.
Los primeros 10 minutos de fuego artillero acabaron con los nuevos campos de minas y pusieron fuera de combate a dos de los 88 y a cuatro cañones de 75mm. Uno de los T34 capturados fue destruido y docenas de hombres cayeron muertos o heridos. Los pocos sanitarios disponibles estaban dispersos por todo el frente, y los heridos tan sólo podían esperar en sus refugios a ser atendidos en algún momento. Los proyectiles rusos de 152mm, letales en un radio de 150 metros y que creaban cráteres de un metro de profundidad, impactaban contra las líneas alemanas volándolas por los aires. La cortina de artillería se prolongó durante 30 minutos. El mayor Gottlieb perdió a la mitad de sus hombres, pero Falkenhahn y los suyos habían sido más afortunados. Al comenzar el bombardeo avanzaron más allá de sus posiciones y se acercaron a los tanques enemigos que se aproximaban protegidos por el bombardeo de la artillería.
Los hombres de Falkenhahn destruyeron más de una docena de T34 y JS1, y volvieron a sus posiciones en busca de protección. A las 6:45 el grueso de los efectivos acorazados soviéticos avanzaron todo lo rápido que pudieron para tomar ventaja de la confusión reinante, pero cayeron bajo el fuego de la artillería alemana, que comenzó a responder tan pronto como la rusa había cesado de disparar. Los tanques e infantería soviéticos fueron machacados por el fuego cruzado y Koniev vio como el ataque volvía a fracasar una vez más.
Sin embargo los alemanes se habían retirado de sus posiciones iniciales, aunque algunos pocos armados con Panzerfaust permanecían en sus posiciones. Se trataba en su mayor parte de heridos que no estando en condiciones de ir a ningún lado decidieron quedarse para ofrecer una última ayuda a sus camaradas en retirada.
Los rusos atacaron de nuevo a las 9:15. Koniev había amenazado a sus subordinados que si sobrevivían al próximo ataque sin haber conseguido que los alemanes se retiraran de las colinas, los haría fusilar por cobardía. Los comandantes de batallón tuvieron que avanzar detrás de sus hombres pistola en mano, y para los servidores de MG alemanes fue un regalo. Si no se hubieran quedado prácticamente sin munición las bajas soviéticas habrían sido todavía mayores. Desde la salida del sol los rusos habían perdido casi 2.000 hombres y otros 60 tanques, mientras que los alemanes habían tenido 400 bajas. Pocas, pero demasiadas para lo escaso de sus fuerzas. Falkenhahn y su tropa habían dado cuenta de 13 tanques, y Gottlieb había logrado destruir otros 18, tres de ellos él mismo. Los soldados alemanes heridos habían muerto la mayoría, prefiriendo suicidarse a caer en manos del enemigo.
Manteuffel sabía que sin refuerzos ni apoyo acorazado su defensa terminaría colapsándose con independencia de las bajas que pudieran causar al enemigo. El prometido apoyo aéreo era bienvenido pero inefectivo, la artillería poca y no siempre a tiempo, incluso las municiones de armas personales estaban comenzando a escasear y los cañones anticarro cada vez disponían de menos proyectiles. ¿Podría ir todavía peor?
Pero Koniev se estaba preguntado exactamente lo mismo que su enemigo. Había sufrido 4.000 bajas, 300 tanques habían sido destruidos, y sólo había avanzado dos kilómetros en tres días. Decidió que era el momento de utilizar sus reservas, dos divisiones acorazadas y tres regimientos de infantería. Ordenó a su artillería que disparará proyectiles de humo para ocultar el avance, y a las 10:50 se dio la orden de avanzar.
Manteuffel había ordenado a sus comandantes que actuaran por propia iniciativa. Falkenhahn y su ahora reforzada compañía (cerca de 90 hombres) recibió más Panzerfaust y minas magnéticas, pero la munición para el armamento personal todavía estaba de camino, al igual que los proyectiles para los cañones anticarro. Pero el mayor no era un soldado cualquiera. Con tan sólo 23 años, Falkenhahn había comenzado su carrera con los paracaidistas, y participado en el asalto al fuerte Eben Emael, y las campañas de Noruega y Creta, siendo después trasladado a las SS. Había servido en el Frente Oriental durante tres años, y la Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas daba fe de su capacidad de lucha.
Falkenhahn ordenó a sus hombres que atacaran a los tanques enemigos con los Panzerfaust, mientras otro grupo se servía de la protección del humo para acercarse a los tanques soviéticos y ponerlos fuera de combate con las minas magnéticas. Pronto algunos tanques rusos quedaron inmovilizados y comenzaron a ser usados por los alemanes para atacar al enemigo que avanzaba. Los que aún podían moverse fueron llevados a las líneas alemanas para proporcionar apoyo anticarro suplementario.
Gottlieb y los supervivientes de su grupo se enfrentaban a un problema más serio. Los tanques soviéticos habían conseguido subir las pendientes bajo su posición, y aunque 20 de ellos habían sido destruidos, Gottlieb ordenó una retirada. Retrocedieron hasta la segunda línea defensiva, comandada por el mayor Heinz Wilker.
Wilker era un veterano de Stalingrado, y había sido testigo de ataques rusos como este con anterioridad. El combate fue muy similar al que ya había experimentado, con los soviéticos enviando oleada tras oleada sin aparentemente preocuparse por las grandes pérdidas en hombres y material. Wilker estaba al mando de un batallón de la Hitlerjugend y el Volkssturm, ahora apoyado por los hombres de Gottlieb y unos cuantos paracaidistas. Los tanques rusos se detuvieron al entrar en un campo de minas y comenzaron a dar marcha atrás. La improvisada tropa de Gottlieb atacó a los tanques que todavía avanzaban con los Panzerfaust y cócteles Molotov, causándoles aún más bajas. Pero la defensa alemana comenzaba a debilitarse. La ventaja numérica de Koniev, no ya su pobre estrategia, estaba a punto de hacerse con la victoria.
Falkenhahn también estaba teniendo serios problemas en esos momentos. Había destruido personalmente cinco tanques, el último de ellos con un Panzerfaust a sólo 30 metros, pero había sido herido con graves quemaduras por la explosión del carro. Ayudado por uno de sus hombres consiguió ponerse a salvo, pero viendo como los rusos que avanzaban cada vez más disparaban a los alemanes heridos. Ninguna de las partes estaba tomando prisioneros. Los heridos que podían ser recogidos eran enviados a retaguardia en los vacíos camiones de suministro, pero eso no significaba la salvación. Falkenhahn, negándose a ser evacuado, consiguió poner a uno de sus hombres herido a bordo de un camión, y justo en ese momento el vehículo fue alcanzado por la artillería rusa, muriendo todos los que se encontraban en él. Finalmente toda la línea tuvo que retirarse, sumándose a las posiciones de la unidad de Wilker.
Por la tarde del 10 de Abril, Zhukov conversó por radio con Koniev, y le preguntó sobre el motivo del retraso en el avance. Le comentó que Stalin le había dicho que sería lo mejor que Berlín estuviera en manos soviéticas para el 1 de Mayo. El mensaje era muy claro. Koniev aseguró a Zhukov que podría apoyar su avance sobre la capital de Alemania para el día 12 de Abril.
Manteuffel vio que la situación era desesperada, e incluso transmitió a sus superiores en Berlín su opinión al respecto. Se le autorizó retirarse y se le aseguró que una fuerza de relevo estaba en camino.
El SS Gruppenfuhrer Felix Steiner, autor de la ofensiva sobre Kiev y un excelente táctico, ordenó de inmediato el despliegue en la zona de todas las tropas de la SS disponibles. Consiguió reunir una fuerza de relevo compuesta de efectivos dispersos de las divisiones Waffen SS Nordland, Nederland, Wiking, Prinz Eugen y Wallonien, así como elementos de la Reichsfuhrer SS. El total de fuerzas reunidas sumaban un total de 26.000 hombres, 24 tanques, 15 cazacarros y docenas de semiorugas y camiones. Las tropas que fueron capaces de recorrer en los medios de transporte disponibles los 200 kilómetros que les separaban del frente, debieron hacerlo por sus propios medios o a pie, ya que las líneas de ferrocarril habían sido destruidas.
Manteuffel rezaba por la llegada del relevo. Según sus cálculos podrían estar allí para el 12 de Abril, pero incluso esa fecha podría ser demasiado tarde.
Koniev estaba al corriente de los movimientos de tropas alemanas hacia el este, ya que el reconocimiento aéreo así lo había comunicado a Zhukov, pero éste no quería verse forzado a realizar un movimiento de flanco hacia el sur para interceptar los refuerzos alemanes, y perdió un tiempo valioso en reforzar a Koniev.
A las 17:00 del 10 de Abril, Koniev había logrado avanzar una milla más, pero había perdido otros 3.000 hombres y un total de 368 tanques. Sus efectivos blindados se habían mostrado infectivos contra las defensas alemanas, e incluso empleando sus reservas acorazadas apenas podía agrupar a más de un batallón de blindados. Sin embargo Koniev estaba ganando la batalla, y lo sabía.
Falkenhahn, Gottlieb y Wilker estaban encarando la dura realidad; la derrota era inminente. Los tanques soviéticos, aunque no eran una seria amenaza, seguían siendo una gravísima preocupación. Los bombarderos en picado de la Luftwaffe aún bombardeaban a los vehículos enemigos inmovilizados, pero en algunos casos también provocaban bajas entre las fuerzas alemanas de vanguardia.
Koniev ordenó a su aviación atacar. Antes de la puesta de sol del 10 de Abril, 30 Sturmovik realizaron tres salidas, destruyendo las posiciones alemanas que podían ser reconocidas. Pero los defensores se habían retirado a una zona segura, y tan pronto como calló la noche volvieron a ocupar sus antiguas posiciones. Durante aquella noche se sucedieron sangrientos combates de infantería, un asalto tras otro. Manteuffel seguía resistiendo en su cada vez más ligeramente defendido perímetro.
Wilker estaba situado en el flanco izquierdo, Gottlieb se encontraba en una posición más retrasada, dispuesto a cubrir cualquier posible flanqueo, y Falkenhahn defendía el flanco derecho un poco más al norte. El centro se sostenía con una mínima defensa, pero todavía protegido por los campos de minas y la artillería anticarro que todavía podía disparar. Desde las 19:00 a las 21:30, Koniev lanzó cuatro ataques. Un batallón dirigido por el mayor Ilya Kurov y la mayor Anna Nikolina fue prácticamente aniquilado, muriendo 300 de los 500 soldados que intervinieron en el combate. Pero los supervivientes lograron reagruparse y atacar de nuevo a las 22:15, bajo un cielo iluminado por las bengalas. Esta vez se lanzaron directamente contra el centro, muriendo muchos de ellos en los campos de minas, pero proporcionando a sus camaradas un paso seguro a través de él. Tan pronto como rebasaron el perímetro de defensa comenzó un brutal combate cuerpo a cuerpo.
Iluminados por las bengalas, las explosiones de las granadas y los tanques en llamas, los hombres se vieron envueltos en una lucha a muerte. Las pérdidas soviéticas fueron de aproximadamente 400 hombres, enfrentados a un número similar de defensores alemanes. La lucha cesó en torno a la medianoche, cuando el último soldado ruso dentro de las defensas alemanas hubo caído. Los supervivientes alemanes no eran más de 240 hombres, física y mentalmente exhaustos. Koniev estaba dispuesto a realizar otro ataque, pero prefirió esperar refuerzos
El propio Manteuffel había resultado herido cuando un grupo de rusos entró en su cuartel general. Cuatro de sus asistentes cayeron en el ataque, y él mismo tuvo que acabar con dos de los rusos a golpe de pistola y bayoneta. La herida, un balazo en la parte superior del brazo, no era mortal, pero el general tuvo que ser asistido. Manteuffel, sin apenas dormir durante los cinco días anteriores, se rindió al cansancio y se derrumbó en un profundo sueño. Sin saberlo fue enviado a retaguardia por sus ayudantes, los cuales también habían sido heridos en varias ocasiones los últimos días.
Los alemanes combatían en un tiempo prestado, y ambos bandos lo sabían. La noche calló otra vez, sacudida por las explosiones, los fuegos e incluso los altavoces rusos que conminaban a los defensores a rendirse comunicándoles que toda resistencia era inútil. Pero Koniev no realizaría ningún ataque más hasta la mañana siguiente, cuando sus refuerzos estuvieran listos.
Cuando Falkenhanm intentó hablar con Manteuffel se encontró con que el general había sido evacuado por su herida. La iniciativa quedaba totalmente en manos de sus comandantes. Falkenhahn contactó con Wilker y Gottlieb, y decidieron abandonar sus posiciones. Coordinaron que tan pronto como alcanzaran a la columna de relevo contraatacarían y tomarían de nuevo las colinas. Sin embargo el movimiento de retirada debía realizarse cuanto antes ya que el amanecer llegaría en tan sólo cuatro horas.
Los alemanes se retiraron de sus posiciones, llevando consigo el mayor número de heridos posible. Sólo un pequeño grupo permanecería en sus posiciones para no alertar al enemigo de la retirada, pero debiendo a su vez retroceder tan pronto como se viera el menor signo de movimiento en las líneas soviéticas.
Los refuerzos de Koniev se encontraban a menos de 20 kilómetros, y estaba prevista su llegada para las 05:30. A las cinco en punto el sol comenzó a salir y Koniev ordenó un fuego de artillería de barrera. Los cañones soviéticos, bajo el mando del coronel Konstantin Durayev, están situados a sólo 3 kilómetros de la línea del frente, alcance más que suficiente para las grandes piezas de 122 y 152mm, y apoyados por cañones autopropulsados.
A las 05:45 del 11 de Abril, los tanques rusos alcanzaron el frente y el fuego de barrera cesó. Koniev ordenó que comenzara el ataque, y la infantería de apoyo avanzó. Recorrieron los primeros 2 kilómetros muy rápidamente, y los defensores alemanes que habían permanecido como señuelo dispararon débilmente a los atacantes y después se retiraron. Los tanques siguieron adelante, atravesaron las posiciones ahora vacías, pero se encontraron con los alemanes al rebasar una colina. Todavía fueron capaces de poner fuera de combate una docena de blindados antes de ser definitivamente rodeados. No hubo supervivientes.
Wilker se encontraba cubriendo la retirada, y ya habían sido cubiertos 25 kms. en dirección a las tropas de relevo que, según le fue confirmado, tomarían contacto con ellos en seis horas. Entretanto se solicitó apoyo aéreo para impedir el avance de las tropas rusas perseguidoras que no tardarían en aparecer.
Koniev se percató de la jugada y ordenó a sus tanques avanzar a toda velocidad en persecución de los alemanes que se retiraban. Wilker comunicó con radio con Falkenhahn y Gottlieb y les comunicó que tenía compañía. De pronto apareció en el cielo un grupo de Stukas. La primera oleada arrojó bombas de 250kg sobre los tanques soviéticos que avanzaban, y la segunda atacó a los blindados con sus cañones de 37mm antitanque. Cinco T34 fueron destruidos y el resto se retiró en busca de protección.
Gottlieb ordenó a sus hombres que se atrincheraran y se prepararan para repeler a los tanques rusos. Falkenhahn, por su parte, hizo lo propio más hacia el oeste y se preparó para la defensa, permitiendo a los hombres de Gottlieb retirarse a cubierto. Wilker distribuyó a su tropa entre las otras dos unidades con el propósito de reforzarlas en lo posible.
Koniev había asegurado entre tanto los Altos del Leon, y se dispuso a recuperar los dos días perdidos. Zhukov fue informado de que el objetivo había sido alcanzado y transmitió el siguiente mensaje a Stalin en Moscú: “ Koniev ha cumplido sus objetivos, pero las pérdidas han sido, aparentemente, muy grandes. Espero alcanzar Berlín en dos días. Zhukov”.
Manteuffel tuvo a su vez que informar de lo acontecido a Hitler: “Después de varios días de fieros combates no puedo culpar de lo sucedido a mis soldados, han luchado con todo en contra, superados cuatro a uno. Hemos causado serias bajas a la fuerza enemiga, pero no hemos podido detener el avance ruso. Asumo toda la responsabilidad. Manteuffel”.
Las fuerzas alemanas en retirada fueron capaces de llegar a las afueras de Berlín. Zhukov llegó a los suburbios orientales de la ciudad con Koniev apoyando su flanco izquierdo, y la batalla de Berlín comenzó el 15 de Abril.
Wilker, Gottlieb y Falkenhahn pelearían en la defensa de la ciudad, y los tres sobrevivirían a los combates, permaneciendo como prisioneros de los soviéticos durante varios años. Falkenhahn fue una de las últimas personas que vio con vida a Hitler, y consiguió salir del bunker junto con el general Hans Baur (piloto de Hitler) y Martin Bormann justo antes de la caida final de la ciudad.
Zhukov y Koniev se repartieron la gloria de la toma de Berlín. Sin embargo, después de la guerra, cuando los diarios de Zhukov y las cartas privadas de Koniev vieron la luz, ambas fuentes mostraron una imagen mucho más sombría de la batalla de sus relaciones personales.
Hasta la actualidad, los rusos han sostenido que perdieron 10.000 hombres en la batalla de las Colinas de Seelow, y 100.000 en Berlín. Las cifras exactas se desconocen, pero no menos de 30.000 soldados rusos perecieron en Seelow y la cifra de bajas en la lucha por Berlín podría aproximarse a los 600.000.
Las bajas alemanas en Seelow fueron también muy elevadas, con 11.000 muertos de los 18.000 hombres que defendían las colinas más bajas, y el Tercer Ejército Panzer diezmado en 80.000 soldados en una semana de combates. La mayoría de los supervivientes, perecerían en Berlín, peleando hasta el final por una ciudad que estaba condenada a morir.