domingo, 27 de junio de 2010

El asedio de Belgrado 1456.




Tras la conquista de Constantinopla en 1453, el sultán Mehmet II consideraba que el mundo entero terminaría por someterse a su dominio. Así, cuando Georges Brankovic rey de Serbia, se negó a cederle varias plazas fortificadas el sultán turco preparó su ejército.

Entre 1455 y 1456 los otomanos reclutaron y organizaron en Grecia un ejército que posiblemente alcanzaría los 100.000 hombres. Incluso en el invierno de la Edad Media, que un soberano pudiese concentrar semejante cantidad de hombres y mantenerlos durante todo el invierno y la época de la siembra dice mucho de los recursos de su imperio.

Europa surgía aún de la época feudal envenenada por las discordias entre cristianos y los estragos de la peste, pero el imperio turco se encontraba en pleno ascenso, dominando provincias extensas y fértiles, recaudando importantes tributos. Con un potente tren de artillería y tras entrenar concienzudamente a sus tropas, el sultán comenzó el ascenso hacia el norte apoyado por una importante flota fluvial.

La campaña contra Belgrado tenía un fin último: La conquista de Hungría y la derrota definitiva del peor y mas enconando enemigo de los turcos: Juan de Hioandera ( Janos Hunyadi). Este hombre, casi por si solo, estaba detrás de todos los desafíos al poder de los otomanos: Mientras Janos y los húngaros resistieran, el imperio otomano no se asentaría en la cuenca del Danubio. El pánico cundió en los Balcanes. El rey Lazar de Hungría abandonó aterrado su capital, Buda, cuando aún los otomanos no habían llegado hasta Belgrado. En realidad su decisión no era si no el resultado del fracasado congreso cristiano celebrado en su ciudad: De todos los príncipes cristianos de Europa, convocados por el Papa, no obtuvo si no juramentos y palabras...pero ni un solo soldado. Los "defensores de Cristo" abandonaban su causa, pero a falta de reyes y emperadores 2 hombres tomarían en sus manos la defensa de la causa de Dios cuando el legado papal, el cardenal de Carvajal ya solo confiaba en la intervención divina. Juan de Capistrano, una suerte de Pedro el ermitaño resucitado, se comprometió a predicar la cruzada entre las gentes humildes, que formaron bajo sus órdenes una masa desaliñada y hambrienta que comenzó el avance hacia el sur. Juan de Hioandera, desposeído de su condición de regente de Hungría pero aún Capitán General del reino y Voivoda de Transilvania, preparó a sus tropas para acudir en defensa de Belgrado. El destino de naciones enteras quedó en sus manos cuando sus soberanos las abandonaron.


El 7 de julio de 1456 el campo en derredor de Belgrado amaneció nevado...pero no se trataba de nieve si no de las blancas tiendas de los otomanos que lo ocupaban todo hasta donde alcanzaba la vista. Murad II ya había asediado sin éxito la fortaleza, considerada inexpugnable, durante 6 meses. Sus asesores recomendaron al nuevo sultán un cerco intenso que rindiese la ciudad por hambre...pero el conquistador de Constantinopla no iba a esperar la rendición de una ciudadela menor.

Su gloria sería superior si la ciudad caía tras un asalto protagonizado por el mismo. El 10 de julio, ya instalados los cañones, comenzó la lenta demolición de las murallas. Los navíos turcos bloqueaban el Danubio, pero Hunyadi ya había logrado introducir 10.000 hombres al mando del gobernador de Croacia, su hijo.

Pero los turcos apretaban el cerco, por lo que el grueso del ejército, 12.000 soldados veteranos, 1.000 caballeros y una multitud inmensa de campesinos y vagabundos al mando de Capistrano, se pusieron en marcha. Los defensores de la ciudad, gracias al valor de un jinete que rompió el cerco, se pusieron en contacto con Hioandera: La ciudad estaba perdida si no se reforzaban sus defensores en 3 días.

El Capitán General adoptó una medida desesperada: Sus tropas veteranas intentarían romper el bloqueo turco del Danubio. Se dispusieron todas las naves útiles y se protegieron con tablas: La gran batalla por Belgrado se libraría en el río. Los turcos tenían dispuesta una barrera de galeras reforzada por cadenas, pero el empuje de los navíos de Hioandera fue suficiente para colapsar la barrera. Se produjo una gran batalla sobre los navíos, hasta que el empuje de los hombres de Hungría y Transilvania fue suficiente para alcanzar los muros de Belgrado. El sultán, humillado, mantuvo a sus cañones disparando sobre la ciudad durante una semana entera. Los muros de la ciudad se derrumbaron en tres puntos proporcionando otras tres brechas para el asalto otomano. Tras el largo bombardeo, y a media tarde, los grandes tambores otomanos dieron la señal de asalto: El empuje insuperable de los jenízaros consiguió tomar las murallas de la ciudad, pero cuando ya saqueaban las primeras casas confiados en su gran victoria un tumulto inmenso surgió de las murallas de la ciudadela: Los Húngaros habían abandonado las murallas exteriores refugiándose en la ciudadela y atacaban ahora a los jenízaros, que no podían retirarse debido a las murallas que quedaban a sus espaldas: Un sistema de contraataque contra los asediadores diseñado en los castillos de reducto central.

La lucha se prolongó hasta el amanecer, sin que la fiereza del combate disminuyera en la oscuridad. Los jenízaros, dirigidos por el propio sultán, asaltaron una y otra vez las murallas de Belgrado. Pero los húngaros de Janos mantuvieron sus posiciones sin ceder un solo centímetro. El ejército turco se desangraba sobre las piedras de Serbia...Y lo peor no había llegado aún. Con un grito espantoso, en medio de la madrugada, las harapientas fuerzas de Juan de Capistrano habían alcanzado el campamento turco. Los cañones turcos apenas pudieron aguantar el embate de aquella masa desarmada. El ejército otomano se encontró entre dos fuegos, y solo gracias al empleo de la caballería Spahi pudo el sultán salvar su vida en el último momento, siendo el mismo herido en la frente.



A pesar de los incendios causados por los turcos en su retirada el botín capturado por los cristianos fue inmenso, todo el tren de artillería, inmensidad de armas, tiendas y provisiones... Paradójicamente la victoria traería frutos más dulces para los turcos que que para los vencedores: Pocos tiempo después Janos moría victima de la peste, siendo celebrado por el mismo Papa como el hombre más grande nacido en los últimos 300 años. Juan de Capistrano le seguiría al propio tiempo, alcanzando la condición de beato de la Iglesia. Los hijos de Janos combatirían al rey de Hungría, y los herederos de Brankovic entre ellos...mientras que en Constantinopla el sultán celebraba con un fasto inaudito la circuncisión de sus herederos.

En su afán por hacer olvidar el fracaso ante los muros de Belgrado se dedicó en los años siguientes a campañas más sencillas: Primero asentó definitivamente su poder sobre la península de Morea, y después emprendió una campaña contra el imperio de Trebisonda que también sometió. Los ulemas proclamaron que ningún griego llevaba ya el título de rey, y que las tres coronas pertenecían por derecho al señor de los 2 mares y las 2 tierras: la de Asia, la de Bizancio y la de Trebisonda. Meted se hizo siempre representar con las tres coronas mencionadas, y después partió hasta las ruinas de Troya para proclamar vengados a los héroes de Asia. Todo por olvidar su huida ante los mendigos de Capistrano. El Papa trató de organizar la cruzada definitiva que exterminase a los turcos, que llevase a sus palafreneros a abrevar sus caballos en la Meca...pero una vez más, lo único que obtuvo fueron palabras y juramentos solemnes...que no llevaría a nada. Aún faltaba más de un siglo para que el peligro turco fuese definitivamente detenido en Lepanto.

viernes, 14 de mayo de 2010

Batalla del Mar del Coral, 1942











Tras el ataque japonés a Pearl Harbour, en diciembre de 1941, la expansión japonesa en todo el sureste asiático había sido fulminante e imparable. A fin de instigar a los aliados en su propio territorio y avanzar sin oposición por el Pacífico, debían aislar a Australia, con lo que decidieron extender su ya apabullante dominio en Asia ocupando la zona situada justamente al norte de Australia, en el Mar del Coral.

Hasta el 1 de mayo de 1942, la conquista japonesa de Filipinas, Birmania, Indias Holandesas y Malasia había costado a la Marina Imperial la irrisoria cifra de 23 buques de guerra, todos ellos de categorías inferiores a la de destructor, y 67 buques de abastecimiento. El total de toneladas que se fueron a pique no llegaba a las 350.000. Esto infundó un enorme optimismo en los mandos superiores de la Marina Imperial, quienes cometieron un grave error al plantearse la expansión antes de consolidar las posiciones ya tomadas. Pero a la vez suscitó una enorme controversia en las altas esferas de mando: ¿hacia dónde se dirigirían las líneas de expansión desde ese momento?

Existían varios frentes de opinión: El Estado Mayor de la Marina, al frente del almirante Nagano, era partidario de realizar una avance hacia occidente, hacia la zona de India y Ceilán o bien dirigirse al sur, hacia Australia.

Por otro lado, el Estado Mayor de la Flota, representado por el almirante Yamamoto, veían con recelo y cierta visión de futuro, que una lucha prolongada sería fatal para los intereses nipones y que la base del éxito en una lucha a largo plazo debía pasar por la destrucción de los portaaviones norteamericanos. Por ello, eran partidarios de avanzar contra las islas Midway, Palmira y Johnston, primordiales como bases para atacar de forma devastadora las Hawai y obligar a los norteamericanos a entablar una batalla decisiva en la zona antes de que despertara el inmenso poderío de recursos estadounidense.



El último frente de opinión abierto en las altas esferas militares niponas era el del Ejército. Ellos tenían las miras puestas en Asia continental y la Unión Soviética, por lo que eran muy reacios a utilizar los numerosos efectivos que necesitaban los planes que deseaban llevar a cabo en el Estado Mayor Naval (de la Marina y de la Flota). Este desplante del Ejército obligó al Estado Mayor Naval a reducir sus pretensiones y elaborar un nuevo plan que satisficiera a quienes iban a llevar el peso de las operaciones terrestres. Por ello decidieron que su avance se centrara en el aislamiento de Australia. El avance de los japoneses se produciría desde Rabaul y Truk hacia Nueva Guinea Oriental, Salomón y más al sur, hacia las Nuevas Hébridas, Nueva Caledonia, Fidji y Samoa.

De este modo, el nuevo plan trazado por el Estado Mayor Naval (si bien el mayor poder de decisión correspondían, dentro de las fuerzas navales, al Estado Mayor de la Marina) se puso en marcha a principios de marzo de 1942, con la ocupación de las islas de Lae y Salamauna. En abril ya estaban en marcha los preparativos para la ocupación de Port Moresby y Tulagi. Sin embargo el famoso raid (incursión) que llevó a cabo el coronel Doolittle contra Tokio, lanzando sus bombarderos B-25 Mitchell como respuesta al traicionero ataque nipón de Pearl Harbour, reforzó de forma imprevista la posición del Estado Mayor de la Flota nipona, y por ende a Yamamoto, ya que esta incursión demostraba la incapacidad que tenían para salvaguardar la capital nipona de los ataques aéreos. Por este motivo, el 5 de mayo de 1942, el almirante Nagano, en nombre del Emperador transmitió la Directiva 18, en la cual se ordenaba a Yamamoto a “ocupar Midway y puntos clave de las Aleutianas occidentales con el apoyo de las fuezas de tierra”.



Aunque, como consecuencia de la decisión de Nagano, los planes del Estado Mayor de la Marina fueron pospuestos, la acción contra Port Moresby-Tulagi estaba ya en una fase demasiado avanzada para poderse revocar; de modo que los japoneses se encontraron ante la necesidad de organizar dos planes estratégicos opuestos que impondrían una gran dispersión de sus Fuerzas Armadas. La operación contra Port Moresby, proyectada para el mes de marzo, se tuvo que aplazar para primeros de mayo a causa de la presencia de portaaviones americanos en el Pacífico sudoccidental, de modo que la 51 Sección naval de portaaviones de la Escuadra de Nagumo, que entonces regresaba a Japón después de haber concluido las operaciones en el océano índico, pudiera emplearse para reforzar la 4ª. Escuadra en Truk y en Rabaul.

El plan para la Operación «MO», como se designó al inminente ataque, se basaba en supuestos muy sencillos: con el apoyo de la Marina y de las Fuerzas terrestres de los mares del Sur, los japoneses debían invadir Port Moresby, punto clave de la Papuasia y del extremo meridional de Nueva Guinea, con objeto de consolidar sus posiciones en la isla y en el sector de Rabaul. Debía asegurarse, además, una base que situaría el norte de Australia dentro del radio de acción de sus buques de guerra y de los bombarderos, y cubrir el flanco del avance previsto hacia Nueva Caledonia, las Fidji y Samoa.

Tulagi, que también debería ocuparse, se encontraba en la otra parte del brazo de mar de Guadalcanal, en las islas Salomón meridionales y, además de servir de base a los hidroaviones, permitía proteger las operaciones contra Port Moresby y el consiguiente avance hacia el Sudeste. El éxito de la empresa proporcionaría a los japoneses la posibilidad de dominar el mar del Coral y aislar a Australia, dejándola fuera de la guerra.

Por supuesto, se esperaba un encuentro con las fuerzas aliadas del Pacífico, ya que se sabía que desde las bases terrestres de Australia septentrional operaban unos 200 aviones y que la actividad aérea norteamericana hacía difícil ocultar los movimientos navales, eliminándose por tanto el factor sorpresa. No obstante, se creía que en aquel sector las fuerzas navales aliadas eran escasas, y que no contarían más que con un portaaviones, el Saratoga. Además, se esperaba que con la ocupación preventiva de Tulagi, cuya conquista se había fijado para el 3 de mayo, y con la creación de una base para hidroaviones, los Aliados tendrían mayores dificultades en seguir los movimientos japoneses desde Port Moresby y Numea. En cuanto la Task Force de los Aliados entrara en el mar del Coral, se proponía destruirla mediante una maniobra de tenaza, con los almirantes Goto en el flanco oeste y Takagi en el este; mientras tanto el grupo de invasión se deslizaría rápidamente a través del canal Jomard, dirigiéndose hacia su objetivo.

Una vez puesta fuera de combate la Escuadra aliada, el grupo de invasión podría bombardear libremente las bases de Queensland. Sin embargo, los acontecimientos no iban a ser como esperaban los japoneses.

Port Moresby era para los Aliados de vital importancia, ya que por una parte garantizaba la seguridad de Australia y por otro representaba el punto de partida para futuras ofensivas en el Pacífico sudoccidental. Por todo ello, el almirante norteamericano Chester W. Nimitz, Comandante en Jefe de la flota norteamericana en el Pacífico, y Douglas McArthur, Comandante en Jefe de la zona Pacífico sudoccidental, tenían presente que podía existir, casi con toda probabilidad, una seria amenaza de ataque sobre tan importante base. De hecho, sus temores se hicieron realidad cuando el 17 de abril fueron informados de que un grupo debuques de transporte, protegidos por el portaaviones ligero Shoho y una fuerza naval de la que formaban parte otros dos grandes portaaviones, estaban apunto de entrar en el mar del Coral. El día 20, Nimitz llegó a la conclusión de que el objetivo no podía ser otro que Port Moresby y que el ataque se iniciaría, con toda probabilidad, el 31 de mayo o los días inmediatamente posteriores.

A pesar de tener claro (o casi) dónde se iba a producir el próximo movimiento japonés, el afrontarlo era otra cosa. El portaaviones Saratoga estaba en el dique seco, reparándose. Del resto de portaaviones, el Enterprise y el Hornet, estaban de regreso de la incursión de Doolittle en Tokio, con lo que casi seguramente no iban a poder tomar parte en el combate que se avecinaba. Sin embargo, Nimitz tenía claro que para detener los planes de la Marina Imperial japonesa, debería basar su superioridad en una contraofensiva aérea, por lo que decidió emplear todos los portaaviones que tuviera a su disposición, por lo que movilizó a todos los efectivos del Yorktown y del Lexington. Se formaron dos fuerzas de choque: la 17ª. Task Force del Yorktown estaba formada por los cruceros pesados Astoria, Chester y Portland, los destructores Hammann, Anderson, Russell, Walke, Morris y Sims y el buque cisterna Neosho. La 11ª. Task Force del Lexington estaba en mejores condiciones, puesto que había dejado Pearl Harbor el 16 de abril, después de tres semanas de descanso y revisión. Con el «Lady Lex», como se llamaba afectuosamente al Lexington, figuraban los cruceros pesados Minneapolis y New Orleans y los destructores Phelps, Dewey, Farragut, Aylwin y Monaghan.



Sin embargo, el total de fuerzas aéreas que sumaban entre el Lexington y el Yorktown no alcanzaba las 150 unidades La Task Force, que operaba a lo largo de San Francisco, estaba compuesta en su casi totalidad por acorazados construidos en el período anterior a la guerra, y a causa de su reducida velocidad no podían seguir la marcha de los portaaviones. Quedaban, pues, tan sólo los buques de la 44ª. Task Force, al mando del contraalmirante J. C. Crace, de la Marina británica. Los cruceros pesados Australia y Hobart, pertenecientes a dicha fuerza y que se encontraban en Sidney, recibieran la orden de reunirse con Fletcher el día 4 de mayo en el mar del Coral; asimismo el crucero pesado estadounidense Chicago y el destructor Perkins, también recibieron la orden de reunirse con Fletcher.

Para el 29 de abril, Nimitz finalizó sus planes, que se limitaban a asignar a Fletcher el mando táctico de todas las fuerzas, designadas como 17ª. Task Force, y le ordenaban operar en el mar del Coral a partir del día 1 de mayo.

Movimientos iniciales.
La 11ª. Task Force, al mando del contraalmirante Fitch, se unió a Fletcher, a las 6:30 horas del día 1 de mayo, a unas 250 millas al sudeste de Espíritu Santo, pasando inmediatamente bajo su mando táctico. A las 7:00 horas, Fletcher ordenó el aprovisionamiento de combustible del Neosho y cursó instrucciones a Fitch para que hiciese lo mismo del Tippecanoe. Fitch había calculado que la operación no se completaría antes de las 12:00 horas del día 4, mientras Fletcher trataba de ultimar «el pleno» el día 2 de mayo. Como los informes recibidos señalaban que el enemigo se estaba aproximando, Fletcher decidió no esperar ni a Fitch ni a Crace, y el día 2 de mayo se dirigió solo hacía el centro del mar del Coral.
A las 8:00 horas del 3 de mayo Fletcher y Fitch estaban separados por una distancia de más de 100 millas e ignoraban los detalles de los movimientos japoneses. Pero a las 19:00 horas la Task Force del Yorktown recibía la comunicación que Fletcher «esperaba hacía dos meses»: los japoneses estaban desembarcando en Tulagi y ocupando la isla de Florida, en la parte meridional del archipiélago de las Salomón. Como consecuencia, Fletcher modificó sus planes y tras ordenar al Neosho y al Russell que se separasen de la formación, se dirigió al norte, dispuesto a atacar Tulagi con los aparatos de que disponía en su portaaviones. Para las 07:00 horas del día 4 estaba a unas 100 millas al sudoeste de Guadalcanal.

Mientras tanto, Fitch había recibido las nuevas órdenes y Crace se estaba aproximando al punto establecido con el Australia y el Hobart. Ninguno de los dos habría podido ayudar a Fletcher en caso de necesidad, puesto que se dirigían al sudeste, aumentando de este mudo la distancia que los separaba del Yorktown. Afortunadamente para Fletcher, los japoneses habían supuesto que Tulagi, una vez conquistarda, no sería atacada, y por esta razón, los grupos de Goto y de Marushige, que habían conducido la operación, se retiraron a las 11 horas del 3 de mayo, dejando la isla sólidamente guarnecida.

Los portaaviones de Hara se encontraban entonces al norte de Bougainville, mientras el grupo que debía invadir Port Moresby salía en aquel momento de Rabaul. Además, Fletcher, en el preciso instante en que se aproximaba a la posición prevista para el lanzamiento de los aviones, entró en el margen septentrional de un frente frío de 160 km de anchura, que sirvió de cortina de protección de sus buques y de sus aviones hasta que se encontraron a una veintena de millas de Tulagi, donde, por el contrario, prevalecían buenas condiciones atmosféricas. A las 6,30 horas del 4 de mayo, 12 aviones torpederos Devastator y 28 bombarderos en picado Dauntlessles despegaron del Yorktown para llevar a cabo el primer ataque. Cada escuadrón atacó por cuenta propia, según el procedimiento utilizado entonces. Estos aparatos regresaron al Yorktown a las 8,15 horas, después de haber averiado el destructor Kikuzuki y hundido tres dragaminas. En una segunda incursión, en la que se perdió un avión torpedero americano, se destruyeron dos hidroaviones y se averió un guardacostas; y en un tercer ataque, lanzado a las 14 por los 21 Dauntless, a pesar de haber arrojado 2 1 bombas de media tonelada, únicamente se hundieron cuatro barcazas de desembarco.

Los últimos aviones de retorno de la acción se posaron en la cubierta del Yorktown a las 16,32, dándose “la batalla” de Tulagi había terminado. La operación contra la isla fue, según palabras de Nimitz, «una desilusión, considerando las cantidades de municiones empleadas respecto de los resultados obtenidos».

El día siguiente, 5 de mayo, transcurrió tranquilo para ambos contendientes. Fletcher, ya reunido con Fitch y con Crace, empleó la mayor parte del día en abastecerse de combustible del Neosho, a una distancia de señal óptica de los otros dos almirantes y manteniéndose en ruta hacia el sudeste.

Por otro lado, la formación japonesa estaba entrando en el mar del Coral. Hacia las 19:00 horas, la Escuadra del almirante Takagi, que se dirigía hacia el Sur, dobló San Cristóbal, viró luego al oeste pasó al norte de la isla de Rennell y al alba del 6 de mayo se encontraba ya en el mar del Coral. El grupo de invasión de Port Moresby y el grupo de apoyo de Marushige se dirigían hacia el sur, al canal Jomard, mientras el grupo de cobertura del almirante Goto repostaba combustible al sur de Bougainville.



El día 5, el grueso de los aviones japoneses lanzaba un ataque contra Port Moresby. El 6 de mayo aumentó la tensión, pues tanto Fletcher como lnouye intuían que el encuentro era inevitable y que se produciría inmediatamente. El comandante americano decidió que había llegado el momento de dar curso a la orden de operaciones del 1 de mayo y, en consecuencia, modificó la disposición de sus unidades para la batalla. Con los cruceros pesados Minneapolis, New Orleans, Chester y Portland, el crucero ligero Astoria y los destructores Phelps, Dewey, Farragut, Aylwin y Monagham, constituyó una formación de ataque al mando del contraalmirante Kinkaid; los cruceros pesados Australia, Hobart y Chicago, en unión de los destructores Perkins y Walke, constituyeron la formación de apoyo de Crace; el grupo que durante las operaciones aéreas actuaría al mando táctico de Fitch comprendía los portaaviones Yorktown y Lexington y los destructores Morris, Anderson, Hammann y Russell.

Hasta aquel momento, por culpa del inadecuado reconocimiento aéreo desde las bases terrestres, Fletcher no tenía todavía una idea muy clara de los movimientos de los portaaviones de Takagi, ni el plan de cerco enemigo. Sus aparatos de reconocimiento se habían aproximado muchísimo a la formación nipona; pero sin poder avistarlas, ya que estaba escondida bajo las nubes y además porque a las 9,30 había virado al sur, aproximándose, por consiguiente, a los primeros buques de Fletcher. A medianoche, la 17ª. Task Force se encontraba a unas 310 millas de la isla de Deboyne, frente al extremo meridional de Nueva Guinea, donde los japoneses hablan establecido una base de hidroaviones.

De haber sido más eficaz el reconocimiento aéreo de ambos adversarios, la batalla principal del mar del Coral podría haber tenido lugar el 6 de mayo. Pero ese día Takagi ordenó, inexplicablemente, un reconocimiento de poco alcance, y en aquel momento perdió la posibilidad de interceptar a Fletcher mientras estaba abasteciéndose de combustible en pleno día. Un avión de reconocimiento japonés de la base de Rabaul fue el único que informó respecto a la exacta posición de Fletcher; pero Takagi recibió este informe al día siguiente. En determinado momento se encontró, sin saberlo, a sólo 70 millas de la 17ª. Task Force.



Sin embargo, el 6 de mayo, los americanos avistaron algunas unidades de la formación japonesa. A las 10,30 horas varios aparatos procedentes de las bases australianas, localizaron y bombardearon al Shoho, del grupo de cobertura de Goto, al sur de Boungainville, pero las bombas no alcanzaron su objetivo. Otros aviones aliados avistaron nuevamente a los buques de Goto hacia el mediodía; después, navegando hacia el Sur, localizaron en las proximidades del canal Jomard al grupo de invasión de Port Moresby. Inouye que calculaba que Fletcher se encontraba a unas 500 millas al sudoeste y esperaba su ataque al día siguiente, ordenó la prosecución de la operación según los planes previstos. A medianoche, los buques que transportaban las fuerzas de invasión estaban en las proximidades de la isla de Misima, prontos a lanzarse por el canal Jormard. Marushige destacó al portahidroaviones Kamikawa Maru a Deboyne, retirándose luego al Noroeste. Goto, que protegía el flanco izquierdo del grupo de invasión, también se encontraba a unas 90 millas al noroeste de la isla. Los japoneses se sentían optimistas, porque todo se desarrollaba según sus planes y porque, además aquel día habían recibido la noticia de la caída de las Filipinas, con la rendición de las tropas americanas en Corregidor.

La batalla propiamente dicha comenzó al día siguiente. Takagi, siguiendo el consejo de Hara, hizo despegar sus aparatos de reconocimiento a las 6:00 horas, pero «la decisión -como admitieron después los mismos japoneses- fue poco feliz». A las 7:30 horas uno de los aparatos comunicó haber avistado un portaaviones y un crucero en el límite oriental del sector reconocido, y Hara, aceptando como buena la información, acortó distancias y ordenó un ataque general de los bombarderos y de los aviones torpederos. Pero, en realidad, los buques avistados eran el Neosho, buque de apoyo, y el destructor Sims, que se habían separado de la formación antes de iniciarse la batalla. El Sims, alcanzado por tres bombas de 250 kilos, dos de las cuales estallaron en la sala de máquinas, escoró y se hundió en pocos minutos, pereciendo 379 hombres. Mientras tanto, otros 20 bombarderos en picado atacaban al Neosho alcanzándolo con siete bombas. El sacrificio de estos dos buques no fue inútil, pues si la acción no hubiese obligado a Hara a modificar sus planes, los japoneses habrían podido descubrir y atacar a Fletcher el 7 de mayo.

Pero la fortuna decidió sonreir a la escuadra norteamericana. A las 6:45 horas, cuando se encontraba a poco más de 120 millas al sur de Rossel, ordenó al grupo de apoyo de Crace que se dirigiera al noroeste para atacar el grupo de invasión de Port Moresby, mientras el resto de la 17ª. Task Force se dirigía hacia el norte. Evidentemente, Fletcher, que esperaba un encuentro con los aparatos de los portaaviones de Takagi, quería impedir la invasión, sin preocuparse de su propia suerte; ahora bien, destacando a Crace, no cabía duda de que debilitaba su cobertura antiaérea. Las consecuencias de este movimiento podían haber sido fatales si los japoneses no hubieran cometido otro grave error, concentrando las formaciones aéreas de tierra contra los buques de Crace, en lugar de hacerlo contra los de Fletcher. A las 8:10 horas un hidroavión japonés avistó el grupo de apoyo, y a las 13:58 horas, cuando los navíos de Crace se encontraban al sur del canal de Jomard, 11 bombarderos monomotores los atacaron, aunque sin éxito.


Inmediatamente después aparecieron 12 aviones tipo Sally (aviones de la Marina de base en tierra), que se aproximaron a baja cota y lanzaron ocho torpedos, que los buques lograron evitar maniobrando con asombrosa rapidez y derribando al mismo tiempo cinco aviones enemigos. Más tarde, 19 bombarderos japoneses, que atacaron desde una cota entre 4500 y 6000 m, repitieron el intento; pero una vez más los buques salieron indemnes. Antes de la noche Crace se libró de un cuarto ataque, esta vez de los B-26 norteamericanos, que habían tomado su formación por una enemiga. A medianoche se encontraba a 120 millas al sur del extremo meridional de Nueva Guinea, y más tarde, al saber que el grupo de invasión se había retirado, invirtió su rumbo y se dirigió hacia el sur.



Mientras, los aviones de Takagi bombardeaban al Neosho y al Sims, el portaaviones Shoho, del grupo de cobertura de Goto, se había deslizado a barlovento, al sudeste, para lanzar cuatro aparatos de reconocimiento y enviar otros en apoyo del grupo de invasión. A las 8:30 horas, Goto, que conocía ya la posición exacta de Fletcher, ordenó al Shoho que se preparase para el ataque. Mientras tanto otros aviones acababan de avistar, más al oeste, a los buques de Crace. El almirante Inouye, al recibir estos informes, se preocupó por la seguridad del grupo de invasión, y a las 9:00 horas le ordenó que se alejase de la desembocadura del canal de Jomard y se pusiera a salvo hasta que Fletcher y Crace fuesen neutralizados.

Pero lo cierto fue que los transportes japoneses ya no lograron adentrarse en el canal de Jomard ni entonces ni después.

El día siguiente, 5 de mayo, transcurrió tranquilo para ambos contendientes. Fletcher, ya reunido con Fitch y con Crace, empleó la mayor parte del día en abastecerse de combustible del Neosho, a una distancia de señal óptica de los otros dos almirantes y manteniéndose en ruta hacia el sudeste.


Por otro lado, la formación japonesa estaba entrando en el mar del Coral. Hacia las 19:00 horas, la Escuadra del almirante Takagi, que se dirigía hacia el Sur, dobló San Cristóbal, viró luego al oeste pasó al norte de la isla de Rennell y al alba del 6 de mayo se encontraba ya en el mar del Coral. El grupo de invasión de Port Moresby y el grupo de apoyo de Marushige se dirigían hacia el sur, al canal Jomard, mientras el grupo de cobertura del almirante Goto repostaba combustible al sur de Bougainville.

El día 5, el grueso de los aviones japoneses lanzaba un ataque contra Port Moresby. El 6 de mayo aumentó la tensión, pues tanto Fletcher como lnouye intuían que el encuentro era inevitable y que se produciría inmediatamente. El comandante americano decidió que había llegado el momento de dar curso a la orden de operaciones del 1 de mayo y, en consecuencia, modificó la disposición de sus unidades para la batalla. Con los cruceros pesados Minneapolis, New Orleans, Chester y Portland, el crucero ligero Astoria y los destructores Phelps, Dewey, Farragut, Aylwin y Monagham, constituyó una formación de ataque al mando del contraalmirante Kinkaid; los cruceros pesados Australia, Hobart y Chicago, en unión de los destructores Perkins y Walke, constituyeron la formación de apoyo de Crace; el grupo que durante las operaciones aéreas actuaría al mando táctico de Fitch comprendía los portaaviones Yorktown y Lexington y los destructores Morris, Anderson, Hammann y Russell.

También Fletcher hizo despegar a sus aparatos de reconocimiento al alba del día 7. A las 8:15 horas un avión del Yorktown señaló la presencia de «dos portaaviones y cuatro cruceros pesados» a unas 225 millas al noroeste, más allá del archipiélago de las Luisiadas. Suponiendo que se trataba de la escuadra de ataque de Takagi, Fletcher lanzó contra ella, entre las 9:26 y las 10:30 un total de 93 aviones, reteniendo 47 para su protección. Pero cuando los aparatos de reconocimiento del grupo de ataque del Yorktown, que habían despegado en su totalidad, estuvieron de vuelta, se descubrió que la señalización de «dos portaaviones» y «cuatro cruceros pesados» era un error y se trataba, en realidad, de dos cruceros ligeros y dos cañoneras del grupo de apoyo de Marushige. Sin embargo, Fletcher, aun sabiendo que acababa de desencadenar un ataque masivo contra un objetivo secundario, decidió valientemente no interrumpir la acción emprendida, porque calculaba que en aquella zona no faltarían otros objetivos importantes, puesto que el grupo de invasión se encontraba a poca distancia.

Poco después de las 11:00 horas, cuando las formaciones aéreas del Lexington, mucho más avanzadas que las del Yorktown, se estaban aproximando a la isla de Misima, el capitán de corbeta Hamilton, que dirigía uno de los escuadrones de aparatos Dauntless, avistó a unas 25 millas a la derecha un portaaviones, dos o tres cruceros y algunos destructores. Se trataba del Shoho y del resto de la formación de cobertura de Goto. El Shoho se hallaba a poca distancia del objetivo inicial –35 millas más al sudeste-, de modo que fue fácil ordenar a los aviones atacantes que corrigiesen su ruta para enviarlos contra el portaaviones enemigo. El primer ataque, dirigido por el capitán de fragata W.B Ault, sólo logró destruir cinco aparatos sobre la cubierta del Shoho. Pero fue seguido inmediatamente por los diez Dauntless de Hamilton a las 11:10 horas, por los aviones torpederos del Lexington, a las 11:17 horas y por los bombarderos del Yorktown a las 11:25 horas. Sometido a un ataque tan concentrado, el Shoho estaba condenado: en pocos minutos se incendió y quedó inmovilizado. Poco después de las 11:35 horas, alcanzado por 13 bombas y 7 torpedos, se fue a pique.



Cuando regresaban los aviones tras el ataque al Shoho, Fletcher decidió revocar la orden de ataques ulteriores contra la formación de Goto pues ya sabía entonces, gracias a los mensajes de radio interceptados, que Takagi había localizado exactamente su posición, mientras que él, aún no había logrado localizar al otro portaaviones japonés. Las condiciones atmosféricas, que estaban empeorando, le disuadieron de insistir en la búsqueda. Así, durante la noche del 7 al 8, se dirigió al oeste, esperando que el grupo de invasión enemigo comparecería a la mañana siguiente en el canal de Jomard. Hasta aquel momento ignoraba que Inouye había decidido que los transportes volvieran atrás. El 7 de mayo Takagi y Hara estaban resueltos a volver a intentar, al día siguiente, el ataque contra los portaaviones norteamericanos. Hara escogió a los 27 pilotos más expertos en acciones nocturnas, y poco antes de las 16:30 horas sus aparatos despegaron del Shokaku y del Zuikaku: si lograban avistar a Fletcher, la orden era de atacarlo.

Lo cierto es que faltó muy poco para que pudieran llevar a cabo sus órdenes, pues llegaron muy cerca de la 17ª. Task Force, pero no consiguieron localizarla a causa del mal tiempo y de la escasa visibilidad. Los cazas norteamericanos de escolta, guiados por el radar, interceptaron y derribaron nueve de los valiosos aviones de Hara. Una hora más tarde, a las 19:00 horas, otros tres aviones nipones, en vuelo de retorno, tomaron los portaaviones norteamericanos por los suyos propios y fueron localizados al lado de estribor del Yorktown, mientras transmitían mensajes en alfabeto morse con las luces de señalización. Sin embargo, aunque fueron reconocidos, lograron huir. Veinte minutos después, otros tres aparatos incurrieron en el mismo error, intentando posarse sobre el Yorktown, y uno de ellos fue abatido. Hara perdió otros 11 aviones más, que cayeron al mar durante la maniobra de aterrizaje nocturno, de modo que de los 27 aparatos que partieron sólo 6 volvieron indemnes.

Mientras tanto, Inouye había ordenado a los cruceros de Goto que se reunieran al este de la isla de Rossel para un ataque, pero sin especificar si el objetivo serían los buques de Fletcher o los de Crace. No obstante, a medianoche, habiendo modificado el plan, impartió nuevas instrucciones: se aplazaba la invasión por dos días, una parte de los cruceros de Goto se unirían a los transportes del grupo de invasión y la otra a la Escuadra de Takagi. También Takagi, sabiendo que los portaaviones americanos estaban a unas 50 ó 60 millas, había pensado en una acción nocturna; pero las tripulaciones de los aviones estaban cansadas, y por otra parte debía dar preferencia a cualquier demanda de protección de los transportes, privados ahora de la cobertura del Shoho. Por consiguiente, se aplazó de nuevo la acción principal, si bien tanto americanos como japoneses esperaban la confrontación decisiva para el día 8. Llegados a este punto, todo dependía de la posibilidad de localizar al enemigo al día siguiente lo más rápidamente posible. De eso dependía la victoria.

Los aviones de reconocimiento de ambos contendientes despegaron poco antes del alba y localizaron casi simultáneamente los portaaviones adversarios. El balance de fuerzas aéreas era el siguiente: Fitch, que ostentaba el mando operativo de los norteamericanos, disponía de 121 aparatos, mientras que Hara, su directo adversario, contaba con 122 aviones. Los japoneses eran pilotos más experto, sin embargo los norteamericanos eran superiores en aviones de bombardeo. Así, pues, la primera batalla de la Historia en la que se combatió entre portaaviones comenzó en condiciones de igualdad casi total.
El primero en avistar a los portaaviones enemigos fue uno de los aparatos de reconocimiento del Lexington, hacia las 8:15 horas. El piloto informó que Takagi se encontraba a 175 millas al nordeste de la posición de Fletcher. Pero a eso de las 9:30 horas, el capitán de corbeta Dixon avistó a la escuadra japonesa mientras se dirigía hacia el sur: Takagi se había desplazado 5 millas al nordeste, lo que no se correspondía con los cálculos de los norteamericanos, según los cuales, a las 9:00 horas el enemigo debería encontrarse 45 millas más al sur.

Esta diferencia acarreó dificultades a las formaciones de ataque del Lexington, que ya habían despegado, puesto que Fitch había ordenado a sus aviones que despegaran entre las 9:00 horas y las 9:25 horas. Eso fue lo que hicieron veinticuatro bombarderos con dos cazas de escolta del Lexington y nueve aviones torpederos del junto con otros cuatro cazas escolta del Yorktown, que levantaron el vuelo diez minutos antes que los aparatos del Lexington. Los bombarderos en picado fueron los primeros en avistar a los japoneses, y aprovecharon la cobertura que les ofrecían las nubes para esperar la llegada de los Devastator. Mientras el Shokaku estaba ocupado en lanzar otras patrullas de combate, el Zuikaku se sustrajo a la vista del adversario tras una cortina de lluvia, de forma que el ataque (que comenzó a las 10:57 horas) sólo tuvo como objetivo el primer portaaviones. El resultado, pese a que los pilotos del Yorktown actuaron de forma muy coordinada, fue mediocre. El Shokaku logró evitar los lentos torpedos americanos, algunos de los cuales ni siquiera estallaron, y sólo dos bombas alcanzaron su objetivo: una, en la banda de estribor, incendió el combustible; la otra destruyó un taller de reparaciones en popa. A pesar del incendio, los aviones todavía podían tomar tierra en la cubierta, pero ya no les era posible despegar.



Los veintidós bombarderos en picado del Lexington, que salieron diez minutos después de la primera oleada, no lograron localizar el objetivo, por lo que el ataque únicamente lo realizaron los once Devastator y los cuatro aparatos de reconocimiento armados. Tampoco esta vez los torpedos dieron en el blanco; pero una tercera bomba lo alcanzó de lleno. Sin embargo, el Shokaku, con 108 muertos entre los hombres de su tripulación, no había recibido ningún impacto bajo la línea de flotación y asimismo los incendios declarados a bordo quedaron aislados rápidamente. La mayor parte de sus aviones pasaron al Zuikaku, antes de que a las 13 el navío recibiera de Takagi la orden de separarse de la formación y dirigirse hacia Truk. Aunque maltrecho, el portaaviones no se estaba «hundiendo rápidamente», como informaron los pilotos norteamericanos.

Los norteamericanos había calculado que los japoneses desatarían el ataque contra la 17ª. Task Force hacia las 11:00 horas y, efectivamente, el Lexington y el Yorktown fueron atacados durante el intervalo entre las incursiones de sus respectivas formaciones aéreas contra los portaaviones adversarios. Los japoneses empezaron a despegar casi al mismo tiempo que los norteamericanos, pero su fuerza atacante, compuesta por 18 aviones torpederos, 33 bombarderos y 18 cazas, era superior, más equilibrada y estaba mejor dirigida. Y aunque el radar americano localizó a los aviones japoneses a 70 millas de distancia, Fitch contaba con muy pocos aviones de caza para poder interceptarlos con éxito. Para la defensa no le quedó más que la artillería antiaérea de a bordo. A las 11:18 horas, la batalla -por decirlo en palabras de un marinero norteamericano- «estalló de golpe». El Yorktown, con un radio de viraje inferior al del Lexington, pudo evitar los ocho torpedos que le lanzaron, y cinco minutos más tarde, maniobrando hábilmente, escapó a un ataque de bombarderos en picado. Pero a las 11:27 recibió por primera y única vez el impacto de una bomba de 400 kilos, que penetró hasta la cuarta cubierta, aunque sin impedir las operaciones de vuelo. No obstante, las continuas maniobras para eludir los ataques, distanciaron entre sí a los portaaviones americanos, y si bien las unidades de escolta estaban dispuestas entre ambos, a intervalos casi regulares, la rotura de la pantalla defensiva contribuyó al éxito de los japoneses.

El radio de viraje del Lexington, que era la unidad mayor, tenía un diámetro de 1350 -1800 metros, contra los 900 del Yorktown. Además, el Lexington tuvo la desdicha de sufrir un ataque en «tenaza» por parte de los aviones torpederos japoneses, que aparecieron a las 11:18 horas a ambos lados de la proa y lanzaron sus torpedos desde cotas comprendidas entre los 150 y los 600 metros. Y a pesar de las hábiles maniobras de la tripulación del portaaviones, este fue alcanzado por dos torpedos, primero en la banda de babor y después en la de estribor. Simultáneamente comenzó a sufrir un bombardeo en picado, siendo alcanzado por dos bombas. Para aumentar la confusión, una explosión averió la instalación de la sirena, que ululó lúgubremente durante casi todo el ataque.


Unos 19 minutos más tarde la batalla de los portaaviones podía considerarse prácticamente terminada, con resultados casi iguales para ambos contendientes. Mas para los norteamericanos la tragedia estaba aún en su prólogo. Al principio pareció que el Lexington sobreviviría y que podría seguir combatiendo: las máquinas se hallaban indemnes y se había corregido una escora de 7 grados. Los pilotos que aterrizaban en la cubierta no tuvieron la impresión de que hubiera recibido daños verdaderamente graves. Sin embargo, pocos minutos después, a las 12:47 horas, el buque fue violentamente sacudido por una terrible explosión, provocada por la combustión de los vapores de gasolina incendiados por un grupo electrógeno que se había dejado en funcionamiento. El Lexington continuó acogiendo a bordo a los aviones, pero nuevas y violentas explosiones interrumpieron las comunicaciones exteriores. A las 14:45 horas, otra explosión, más fuerte todavía, sacudió todo el buque y desde aquel momento ya no fue posible aislar los incendios. El destructor Morris acudió en su ayuda, mientras los últimos aviones iban a posarse en la cubierta del Yorktown.

Pero cada vez resultaba más claro que la unidad estaba perdida. A las 17:10 horas Fitch dio a Sherman, almirante al mando del portaaviones, la orden de abandonarlo. El Minneapolis, el Morris, el Hammann y el Andersen participaron en las operaciones de salvamento. El trasbordo se desarrolló ordenadamente –incluso se puso a salvo el perro de a bordo- y Sherman fue el último en abandonar su buque, dejándose deslizar por un cable que pendía de popa. A las 19:56 horas, el destructor Phelps recibió la orden de dar el golpe de gracia al buque, lanzándole cinco torpedos. Y a las 20:00 horas el Lexington desaparecía bajo las aguas. La batalla del mar del Coral había terminado.



Los pilotos japoneses informaron que habían echado a pique a los dos portaaviones americanos. Y entonces Inouye, convencido de la exactitud del informe, decidió retirar el Shokaku para que fuera reparado, y asimismo ordenó que se retirase la escuadra de ataque. Aunque estaba seguro de la destrucción de ambas unidades enemigas, el prudente almirante japonés consideró necesario aplazar la invasión, porque no creía estar en condiciones de proteger a las unidades de desembarco contra los aviones aliados con base en tierra. Yamamoto, sin embargo, no compartía sus temores y a las 24:00 horas anuló las disposiciones de Inouye, ordenándole localizar y destruir los buques norteamericanos supervivientes. Pero mientras los aparatos nipones inspeccionaban la zona, Fletcher ya estaba fuera de su alcance.

Tácticamente, la batalla fue una victoria de los japoneses, ya que aunque el 8 de mayo habían perdido 43 aviones contra los 33 de los norteamericanos, y aunque a Hara le quedaban sólo nueve aparatos operativos, sus ataques aéreos habían conseguido resultados mucho más notables. El hundimiento del Lexington, del Neosho y del Sims compensaba con mucho la pérdida del Shoho y de algunas pequeñas unidades sin importancia. Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, la batalla del mar del Coral fue una victoria norteamericana: había fracasado la conquista de Port Moresby, objetivo final de los japoneses. A pesar de la ocupación de Tulagi, los japoneses habían asegurado muy pocos de los objetivos previstos al principio. Además, las averías sufridas por el Shokaku y la necesidad de reorganizar las malparadas fuerzas aéreas del Zuikaku impidieron a ambos portaaviones participar en la batalla de Midway, donde su presencia habría podido tener un peso determinante. Pero, sobre todo, la batalla del mar Coral abrió un capítulo nuevo en los anales de la guerra en el mar, pues fue la primera en la lucharon portaaviones y en la que las pérdidas se infligieron, mediante ataques aéreos. Ninguna unidad de superficie se puso en contacto, ni siquiera a la vista, con unidades enemigas.

viernes, 19 de marzo de 2010

San Juan Hill ( Las Lomas de San Juan ), 1898.



Las Lomas de San Juan se encontraban protegidas inicialmente por 137 hombres del Regimiento de Talavera, y formaban parte del dispositivo español alrededor de Santiago de Cuba. Llama la atención el hecho de que a pesar de la importancia de la posición se hubiera destinado a su defensa tan exiguas tropas.

La estratégica posición se encontraba situada en un terreno abrupto y con densa vegetación aunque las tropas españolas habían despejado algunas áreas de terreno (de igual manera que en El Caney) para facilitar así el tiro desde las posiciones defensivas.

Contaba como defensas naturales con la presencia del río San Juan y de varios arroyos que discurrían cercano a las Lomas, y con una colina (llamada "Kettle" por los americanos) como avanzadilla del sistema defensivo. Entre esta colina y las Lomas existía, además, un estanque de agua que contribuía a facilitar su defensa.

Para reforzar el dispositivo español se habían realizado, con anterioridad al ataque norteamericano, obras defensivas consistentes en un blocao de ladrillo y algunos de madera en la cima de las
Lomas, mientras que en la colina de Kettle se aprovecharon las infraestructuras de una plantación de caña. Todo el conjunto se mejoró con la excavación de trincheras "carlistas", pozos de tirador y el tendido de alambradas.



La pequeña guarnición fue reforzada con otras 2 compañías (una del Provisional de Puerto Rico y otra del Talavera, 60 Voluntarios y 2 piezas de montaña Krupp de tiro rápido. En total 521 soldados.
Una segunda línea defensiva, establecida a unos 700 metros por detrás de las Lomas de San Juan, en el punto donde el General Linares estableció su Cuartel General, estaba constituida por 3 compañías del Talavera con un total de 411 hombres.
Las fuerzas de esta segunda línea fueron desplegadas de la siguiente manera:

q 1 Cía. en el camino de El Pozo, cuya finalidad era evitar que las tropas norteamericanas envolvieran las posiciones españolas;
q 1 Cía. en la intersección de los caminos de El Pozo y El Caney;
q 1 Cía. en el camino a El Caney.
La tercera línea defensiva se encontraba cerca del fuerte de La Canosa, formada por una Guerrilla a caballo de 140 hombres, que formaban la reserva. A estas fuerzas se sumarían, ya finalizando el combate, 1.000 hombres de las dotaciones de la escuadra de Cervera al mando de Bustamante, que protagonizaron un contraataque que no obtuvo resultados.
Entre las Lomas de San Juan y la colina de Kettle Hill las tropas españolas habían erigido una línea de trincheras y alambradas desde las que dificultar el avance americano.



Mientras el general Lawton atacaba El Caney con casi 7.000 hombres, imaginándose poco menos que un paseo, el general Shafter se preparaba apara realizar el ataque principal sobre éste enclave.
Sus planes preveían desplegar a la derecha la división de caballería, frente a Kettle y la 1ª división de infantería a la izquierda, directamente sobre San Juan.
Como fuerzas de reserva contaba con la 2ª brigada de la división de infantería.
Una vez desplegadas estas fuerzas, la artillería batiría las posiciones españolas mientras los norteamericanos las asaltaban.


Al mismo tiempo, las "victoriosas" unidades de la división Lawton tras aniquilar El Caney deberían sumarse al ataque a la hora prevista para ello (las 10:00 de la mañana), haciéndolo por la derecha del despliegue americano.


Hacia las 08:20 de la mañana la artillería americana comienza a abrir fuego sobre las Lomas, desde una distancia algo mayor a los 2.000 metros para proteger el avance de sus tropas pero, delatados por el humo que producen sus disparos al utilizar pólvora negra, son acallados por el fuego de contrabatería de los dos cañones krupp españoles a las 09:00 de la mañana, causando bajas no sólo entre los artilleros norteamericanos sino también sobre algunas unidades que han sido desplegadas cerca de las piezas.


Las tropas norteamericanas, fiadas en su superioridad numérica y en la creencia de la escasa combatividad de las tropas españolas, se lanzaron directamente al ataque sin reconocer previamente el terreno, repitiéndose la misma escena que en El Caney: lo certero y el volumen de los disparos españoles obligan a los americanos a echarse al suelo sin poder avanzar. Las tropas comienzan a apelotonarse sobre el intrincado terreno, negándose incluso algunas unidades a avanzar, por lo que son obligadas a abandonar los caminos para no entorpecer las evoluciones del resto de tropas.
El caos reinante es enorme en esos primeros momentos del combate entre las fuerzas del U.S. Army, un hecho que no llega a ser aprovechado por las tropas españolas debido a la falta de refuerzos.

Ante el intenso fuego español que impedía los movimientos de las tropas americanas, éstas elevaron un globo de observación, hacia las 09:30 de la mañana, de un color amarillo que contrastaba fuertemente sobre el azul del cielo y que fue prontamente abatido por los cañones españoles.

Además, los cañones españoles dirigen su fuego sobre el lugar desde donde se ha elevado el globo al suponer, acertadamente, que allí se concentran unidades americanas, causándoles gran número de bajas.


Sin embargo, antes de ser abatido desde el globo de observación se ha avistado un sendero por el que son desplegando las apelotonadas unidades del US. Army.
A pesar de ello, el fuego español no decreció ni en intensidad ni en puntería, a pesar de las bajas, obligando a los norteamericanos a ralentizar su avance ante las pérdidas que estaba sufriendo.
Sobre las 10:00 de la mañana, algunas unidades americanas ya se han desplegado frente a Kettle Hill mientras otras se han situado en posición tal que les permite llevar a cabo el ataque sobre San Juan.

Sin el apoyo de sus baterías, el avance norteamericano es recibido con un nutrido fuego por parte de los 2 cañones y de los mauser españoles que provocan una gran cantidad de bajas entre sus filas, pero pronto la munición de las dos piezas comienza a agotarse.

Los planes de las tropas norteamericanas se han visto seriamente alterados debido a la dura resistencia que oponen las tropas españolas.
Dándose cuenta del error cometido al enviar sobre El Caney las fuerzas de la división Lawton, que no terminan de aplastar la resistencia de las tropas de Vara del Rey y por tanto no pueden participar en el ataque a San Juan, se les ordena cesar la acción y regresar de inmediato.


Pero Lawton está librando su propia guerra y, aunque se trate de un triunfo estéril, no desea dejar escapar la oportunidad de alcanzar su propia victoria por lo que desacata las órdenes recibidas y continúa con su ataque sobre El Caney, comprometiendo seriamente las operaciones sobre el verdadero objetivo.


A las 13:00 de la mañana, las unidades de la Brigada Summer pertenecientes a la división de Caballería (los regimientos 3º, 6º y 9º) inician el asalto de Kettle Hill, al principio muy lentamente debido a la resistencia española. Finalmente, el número se impone y los defensores, que tras haberse defendido con gran determinación han sufrido numerosas bajas que no pueden ser cubiertas con tropas de refuerzo, se repliegan hacia sus nuevas posiciones en las Lomas, permitiendo a los norteamericanos conquistar la colina.
La conquista de esta posición tendría fatales consecuencias para la escasa guarnición española, que se verá obligada a distraer unidades para defender uno de los flancos que desde Kettle Hill ahora amenazaban las tropas americanas.

Apoyados por el fuego que desde la recién conquistada posición efectúan sobre los defensores españoles las fuerzas de la Brigada Summers, se inicia el ataque a las defensas principales de San Juan.

El 16º y el 6º de Infantería de la Brigada Hawkins se lanzan al asalto, viendo su avance frenado por el fuego que desde las trincheras españolas les llega.
Mientras tanto, los dos cañones españoles que con su fuego bien dirigido habían silenciado a la artillería americana, se quedaban sin municiones, permitiéndo a los norteamericanos utilizar, ahora ya impunemente, sus baterías.
A una distancia de poco más de 500 metros, los norteamericanos sitúan 3 ametralladoras gatling que comienzan a barrer las posiciones
españolas arrojando sobre ellas en pocos minutos una cantidad ingente de proyectiles que barren las trincheras provocando multitud de bajas. Poco después, a la acción de las ametralladoras se uniría el fuego de la artillería norteamericana que tan eficazmente había sido anulada por los españoles y que ahora no encontraba oposición alguna a su fuego.

Apoyados por las tropas que ocupan Kettle, las tropas americanas se lanzan al asalto de las trincheras españolas, ya vacías y encontrando tan sólo la oposición que desde los blocaos hacen un puñado de defensores, Pero la situación para las tropas españolas es ya insostenible, con la mayoría de los defensores muertos o heridos, y sin posibilidad de recibir refuerzos, deben retirarse progresivamente hacia la seguna línea defensiva.


Es tal la situación de inferioridad numérica en la que se encuentran las fuerzas españolas que para reforzar algunas de las posiciones se utilizan algunos hombres convalecientes de heridas o enfermedades, sacándolos para ello de los hospitales en los que se encuentran.
Las Lomas de San Juan son totalmente ocupadas por los extenuados soldados americanos, que se deben enfrentar ahora a las tropas españolas situadas en la segunda línea defensiva.

Pero en ese momento, cuando parece que el avance norteamericano va a continuar sobre esta línea, se produce un inesperado contraataque español, llevado a cabo por una compañía formada por los trozos de desembarco de la escuadra de Cervera, al mando de Capitán de Navío Bustamante, que a no consigue recuperar las posiciones perdidas.

Bustamante, que dirige el ataque montado a caballo, es herido en el vientre, falleciendo a consecuencia de las heridas el día 19 de julio.
Sin embargo, esta acción detiene el avance americano, que ve como aún no hacen acto de presencia en el campo de batalla las tan necesitadas tropas que todavía están colapsadas en El Caney.
Por tanto, ante el temor de nuevos contraataques españoles que puedan ser llevados a cabo por las tropas de refuerzo que se sabe están a punto de recibir los españoles, les lleva a tomar la
determinación de reforzar sus posiciones en todo el frente, continuando los combates, con menor intensidad, durante dos días más, pero sin decidirse a realizar un ataque definitivo.

Las tropas españolas lamentaron tanto en las Lomas como en el Caney un total de 165 muertos, 376 heridos y 121 prisioneros. Los norteamericanos sufrieron en los duros combates por hacerse con el control de las Lomas de San Juan un total de 205 muertos y 1.180heridos, lo que supone casi un 10% de las tropas del U.S. Army destinadas en Cuba.

Las tropas cubanas de Calixto que participaron en la acción sufrieron unas 200 bajas.
El combate en las Lomas de San Juan produjo una honda preocupación en los mandos americanos, así como una gran desmoralización.

El propio Roosevelt escribía al senador Henry Cabot lo siguiente:
"Diga al presidente que, por amor del cielo, nos envíe cada regimiento y, sobre todo, cada batería que sea posible. Hasta ahora hemos ganado con un alto coste, pero los españoles luchan muy duramente y estamos muy cerca de un terrible desastre militar(...)".

La desesperación en las filas americanas ante la imposibilidad de superar las defensas españolas es tal, que el día 3 de julio el general Shafter le envió al Secretario de Guerra el siguiente telegrama:

"Tenemos la ciudad cercada por el norte y por el este, pero con una línea muy débil(...) y estoy considerando seriamente una retirada de 5 millas(...)".
Sin embargo, ese mismo día, se servía en bandeja la victoria a los americanos al realizar, a plena luz del día, su salida de la bahía de Santiago la escuadra española.