En el año 491 aC el rey persa Darío envió embajadores a los estados más poderosos del continente griego con un regalo simbólico de tierra y agua que debía ser devuelto en los mismos términos, y que significaba la exigencia del sometimiento. Muchos se doblegaron, como el estado-isla de Egina, pero los más importantes como Esparta o Atenas, se mantuvieron firmes.
Darío reunió un ejército en Cilicia y ordenó a sus súbditos costeros, entre los que se contaban los jonios, que prepararan una flota de navíos de guerra y transportes a caballo, además de aportar decenas de miles de soldados y remeros para la expedición.
El grueso del ejército procedía de las tierras iraníes en el corazón del imperio. Las fuentes de la época hablan de un ejército de 90 000 a 600 000 hombres, aunque lo más probable es que el ejército estuviera compuesto de 25 000 soldados , incluyendo a 1000 jinetes y una flota de unos 600 barcos. Esta exdpedición contaba con dos comandantes: Datis y Artáfrenes. El objetivo de ésta no era conquistar el continente griego, lo que precisaría fuerzas superiores, sino establecer una cabeza de puente en la costa este de Grecia, en Atenas si era posible. Sólo entonces podría reunirse la fuerza necesaria para una invasión a gran escala.
El primer destino de la expedición fue la isla de Naxos. Su población prefirió no resistir a los persas. Huyó a las montañas y dejó la ciudad y sus templos al enemigo. A lo largo de las Cícladas, muchas islas se sometieron e incluso se añadieron a la flota oriental. Fue en Eubea donde los persas encontraron la primera resistencia, en las ciudades de Eretria y Caristo, aunque ambas fueron sometidas. La expedición puso rumbo a ls costa del Ática, aunque tras diversos sitios y combates la fuerza debía de haber disminuido. Es probable que en el momento de la batalla de Maraton las fuerzas se compusieran de unos 20000 hombres.
La misión del general Datis era desembarcar en el Ática, capturar Atenas y reinstaurar al antiguo tirano Hipias en el poder ateniense. Éste acompañaba al ejército persa en calidad de guía y consejero y fue quien recomendó que la flota atravesara el angosto estrecho de Eubea y desembarcara al ejército en la bahía de Maratón, pues era el lugar practicable más cercano a Erteria y disponía de generosas provisiones de agua y pastos, además de ofrecer ventajs tácticas: la llanura de Maraton era lo suficientemente amplia para desplegar a todo el ejército persa, incluyendo a su caballería.
LA BATALLA
Los generales atenienses decidieron enfrentarse a los persas en cuanto saltaran a tierra. Debían impedirles marchar hacia Atenas y ponerle sitio como a Eretria. Tampoco podían permitirles campar a sus anchas por territorio ateniense, pues aún abundaban los seguidores del tirano exiliado y podrían pasarse a su lado. Los atenienses reunieron un ejército de 9000 hoplitas a los que se añadieron 600 hombres de Platea, ciudad aliada de Atenas. Cuando tuvieron noticia de que los persas habían desembarcado en Maratón, marcharon a través de la llanura central del Ática y remontaron la costa este.
Al llegar a Maratón, atenienses y plateos se afianzaron en un terreno elevado junto a la carretera de Atenas y esperaron allí. El historiador Herodoto refiere prolongadas discusiones en el Estado Mayor sobre la conveniencia del ataque. Lo que es seguro es que los griegos esperaron varios días. El enemigo les superaba ampliamente en número y en el llano abierto podrían desplegarse y usar la caballería. Además los persas debían esperar a que bajaran, pues la posición griega les perjudicaba.
En Maratón los atenienses esperaban refuerzos lacedemonios, pues antes de abandonar Atenas habían enviado a su mejor corredor a Esparta con una petición de ayuda. Los espartanos aceptaron enviar un pequeño ejército, pero sólo cuando llegara la luna llena y acabase la fiesta sagrada de las Carneas.
Mientras tanto, los atenienses discutían sobre cual podía ser la mejor táctica de combate. La mitad de los generales se decantaban por esperar al ataque persa, mientras que la otra mitad prefería llevar la iniciativa y desencadenar el ataque. Finalmente el polemarca Calímaco convenció al general en jefe Milcíades para que desencadenase el ataque, argumentando que la cercana presencia de Hipias y la visión del poderoso ejército persa acabaría por minar la moral griega.
Tras una tensa espera, sin contacto entre los dos bandos, al final los persas se movieron. Comenzaron a formar para la batalla y avanzaron hasta situarse frente a la posición ateniense, intentando arrastras a los griegos a la llanura. Para marchar sobre Atenas los persas debían eliminar a los griegos, que bloqueaban su ruta. Debían de estar cansados de esperar. Entonces los generales atenienses decidieron atacar. Las circunstancias de la decisión son difíciles de aclarar; una opinión defiende que los atenienses fueron informados por los jonios de las filas persas de que algunas secciones, como la caballería, estaban embarcando para atacar Atenas por mar.
Los griegos atacaron por la mañana temprano, quizá mientras los comandantes persas ubicaban aún sus fuerzas. El ejército invasor se situó en un frente muy ancho, los atenienses temieron ser desbordados por los flancos y extendieron también su frente, lo cual suponía para ellos toda una novedad táctica. Se vieron obligados a adelgazar la línea por el centro para reforzar las alas. Datis usó sus mejores tropas, los persas y los sacas, con espectaculares secciones de arqueros, lanzadores de honda y de jabalina, que bombardeaban al enemigo desde la distancia.
Ambos ejércitos estaban frente a frente, separados por casi un kilómetro y medio, de manera que los griegos tuvieron que cubrir esa distancia para alcanzar al enemigo. Al principio avanzaron andando, para no agotarse con su pesado equipo, pero en los último metros, donde les alcanzaban las flechas y las jabalinas comenzaron a correr. La carga sorprendió a los persas, habían subestimado el coraje de sus oponentes tras la fácil derrota de los eubeos y tras varios días acampados en territorio enemigo sin consecuencias.
Redoblaron el lanzamiento de proyectiles sobre las filas griegas intentando detenerlas, pero ni siquiera las retrasaron ni ún ápice, comprendiendo entonces que debían prepararse para recibir la carga.
Los contendientes chocaron a lo largo del amplio frente. En el centro persa se concentraban las mejores tropas y consiguieron rechazar al debilitado centro ateniense. En las alas, las cosas fueron distintas. Atenienses y plateos ( éstos concentrados en el ala izquierda ) quebraron la cohesión del enemigo. Bajo la presión del violento ataque griego, las alas se dispersaron y los flancos persas quedaron al descubierto.
Entonces, las alas griegas se cerraron aplastando al ejército oriental. Cundió el pánico y los persas se batieron en retirada. Los griegos se reagruparon y los persiguieron. Sólo la disciplina y la experiencia de los oficiales persas evitaron la completa aniquilación. Organizaron la retaguardia a la desesperada y consiguieron embarcar parte de las fuerzas en las naves amarradas en aguas poco profundas más allá del campamento. Pese a todo, las bajas fueron muy elevadas, 6400 hombres, muchos de ellos atrapados entre el mar y los pantanos al norte del campamento persa. Los atenieneses sufrieron la pérdida de 192 hoplitas, entre ellos el polemarca Calímaco.
La caballería persa, tan temida por los griegos, estuvo ausente en la batalla. Por ello se cree que fue embarcada para atacar Atenas por el mar. Datis todavía confiaba en alcanzar Atenas por vía marítima y capturarla antes de que regresara el ejército ateniense. Reunió a los hombres que le quedaban y puso rumbo hacia el sur a toda vela. Cuando los vigías atenienses advirtieron que el enemigo se dirigía hacia el cabo de Sunión, el Estado Mayor ordenó partir a marchas forzadas.
El ejército griego llegó a tiempo de evitar el ataque. Datis se vio bloqueado en la bahía de Falero y tuvo que poner rumbo de regreso a Asia Menor y prepararse para informar al rey de su fracaso.
Al día siguiente de la batalla, llegaron 2000 espartanos a Maratón. Habían salido seis días tarde más tarde de la petición de auxilio, marchando a tal velocidad que alcanzaron el lugar en tres jornadas, aunque ya era demasiado tarde. Los laconios examinaron las bajas persas y colmaron de alabanzas a los atenienses antes de regresar a Esparta. Por su parte los atenienses no celebraron la victoria hasta ver completamente alejada la amenaza oriental.
Era la primera vez que un ejército griego vencía a los persas, los hoplitas muertos fueron incinerados y sus cenizas enterradas enterradas en un túmulo en el lugar de la batalla. El montículo, conocido como Soros, permanece hoy día en el mismo lugar y permite ubicar el terreno donde hace 2500 años chocaron los dos ejércitos.
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