domingo, 21 de septiembre de 2008

Lechfeld, 10 de agosto de 955. La gran derrota magiar.



Hacia mediado del siglo X, los magiares ya no constituían una amenaza seria para la Europa occidental. En 950, comenzaron a padecer las incursiones de los bávaros, al tiempo que el dominio alemán sobre el norte de Italia restringía su acceso a las riquezas del valle del Po. La reanudación de los conflictos internos en Alemania ( 953-955 ) ofreció a los húngaros la oportunidad de recobrar su suerte.

En el año 954 cruzaron el Rin como aliados del duque Cornado de Lotaringia, que acababa de rebelarse contra su soberano. Pero al saquear el norte de Francia dieron muestra de sus verdaderas intenciones. En julio de 955, invadieron de nuevo Baviera.

Su permanencia en la vecindad de Augsburgo sugería que deseaban entablar una batalla campal, ya que de otro modo habrían empleado su capacidad de desplazamiento para evitar al emperador del Sacro Imperio Otón I, como ya habían hecho el año anterior. Por su parte, el monarca germano anhelaba una victoria que coronara el restablecimiento de su autoridad tras la rebelión de 953-954.



El rápido movimiento hacia el Danubio efectuado por Otón en julio supuso renunciar al empleo de un mayor número de efectivos en favor del elemento sorpresa. El monarca llevaba a la guardia sajona, y dejó detrás al grueso de fuerzas reclutadas en sus dominios patrimoniales para que se ocupasen de los eslavos. El monto principal de tropas que le acompañaban se hallaba integrado por un regimiento bohemio y por varias unidades procedentes de los restantes ducados alemanes, si bien resultó imposible reunir a tiempo a la mayoría de los lotaringios. En total debían sumar a unos 4000 hombres de caballería pesada ( milites armati o loricati ).

Los magiares que asediaban Augsburgo los superaban en número, cuando un rebelde bávaro les informó de la llegada de Otón I por el noreste. El 9 de agosto, ambos ejércitos se prepararon para entrar en liza. A la mañana siguiente, mientras los alemanes se aproximaban en formación de columna, los magiares efectuaron un movimiento envolvente a lo largo del margen oriental del río Lech para sorprenderlos por la retaguardia. Sin duda esperaban aniquilar a las huestes de Otón a distancia y eludir el riesgo de combatir en campo abierto, por lo que la mayoría de tropas húngaras no llevaban espadas, escudos ni armas defensivas.

Los arqueros magiares dispersaron a las tropas bohemias, que escoltaban el bagaje, provocando también la fuga de los suabos. Entonces, Otón envió a las huestes francas del duque Conrado, de nuevo su aliado, para restablecer el orden en la retaguardia alemana. Éstas tropas rechazaron a los magiares, que ya habían iniciado el saqueo, antes de regresar junto al monarca para participar en la escena final del encuentro: una carga frontal de la caballería loricata encabezada por los contingentes germanos.


Los magiares mejor equipados, es decir los jefes y sus comitivas, presentaron una firme resitencia y sólo pudieron ser sometidos cuando el resto emprendió la huida. Aquel día muchos otros perecieron o fueron hechos prisioneros durante la persecución que siguió a la desbandada magiar, o bien posteriormente cuando se retiraban a través de Baviera. Los príncipes magiares capturados fueron colgados en Ratisbona, lo que supuso el aniquilamiento de la jefatura húngara y aceleró el fin de su forma nómada de vida.

Lechfeld fue una victoria decisiva que liberó a la Europa occidental de las incursiones magiares y permitió a Otón I el Grande concentrarse en la explotación de los recursos del mundo eslavo y más tarde de Italia.

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